Las noticias, excepto las de Delfino de los lunes, tienen el propósito de señalar lo que falta. Y entonces nos colocan en una mentalidad de abordar los problemas con aspiraciones mínimas, como si subsanar lo que falta fuera una aspiración excelente. El sueño conformista se convertirá en un logro anémico, trivial, facilito. El sueño desafiante convocará en nosotros más responsabilidad, entusiasmo y energía y nos llevará más lejos.
Se podría aspirar a que la seguridad ciudadana consista en que no se corra peligro de que nos tumbe una bala perdida, cuando una aspiración de mayor fuste sería que se pudiera pedir ayuda a cualquier viandante, seguros de que nos responderá amablemente, no “bateará” sobre la información que le pedimos, o como he visto hacer en otros tiempos y lugares, que el interrogado atrae a otro viandante para que le ayude a orientarnos. La vida en paz tal vez es un mínimo. Alcanzar la armonía nos obliga a elevar las miras.
Se podría querer que se acaben las listas de espera. En 1970 no había listas de espera. Una aspiración más elevada sería que se abatieran las primeras causas de muerte, que la educación higiénica de la población fuera un aliado sólido de la seguridad social y que ésta invirtiera en eficaces programas de prevención.
Podríamos desear que el país ocupara un buen lugar en los procesos de decisión mundiales, o podríamos aspirar a tener tres o cuatro temas en los cuales Costa Rica fuera fuente de orientación ética en el mundo. En crisis climática lo somos. En temas de procesos electorales y de paz, también. ¿Cuándo lo seremos en cuanto a revolución educativa, igualdad de oportunidades, aumento de productividad?
La Organización Mundial de la Salud, órgano de Naciones Unidas, define la salud de esta manera: La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Reflexionemos sobre ese texto. Me parece que no podríamos hablar de un buen nivel de salud si el estrés es endémico. O si porciones importantes de la población viven o trabajan en condiciones físicas que obstaculizan el bienestar. O si no hay adecuada salud mental, lo cual podría tener causas diversas. Por ejemplo, si prevalecen creencias o actitudes perturbadoras como perfeccionismo, falta de realismo, falta de una razonable confianza en sí mismos, incapacidad de valorar y de disfrutar los dones cotidianos, el clima agradable, el silencio, la belleza natural, la satisfacción de obrar correctamente.
Así que hay que dar la lucha contra el dengue, pero también, hay que utilizar mejor los espacios públicos. ¿Han visto las posibilidades del Parque Nacional, bastante arborizado, con una sensación de espacio abierto, con el Tribunal Electoral en un costado, la Biblioteca Nacional y la bella Avenida de Las Damas en otro? ¿O las abundantes posibilidades del Parque de La Paz y del Parque La Libertad?
Sin duda se promueve el bienestar si se fomenta la sensibilidad por la belleza. El contacto con el arte no debería ser una exploración histórica de quién hizo qué y cuándo, sino el desarrollo de la sensibilidad para que cada uno, a su manera, disfrute de la belleza que se ofrece en abundancia, a los sentidos predispuestos.
De la escuela primaria deberíamos salir equipados para aprovechar los documentados beneficios de las buenas relaciones interpersonales. Deberíamos aprender los beneficios de no desperdiciar encuentros, de no banalizar la conversación. Al menos no toda. Eso nos pondría en camino de pasar del ¡Quiubo, todo bien! hacia una comunicación más significativa.
Más ideales. Más sueños. Más siembra de bosques que nos trasciendan. Menos cortoplacismo, menos siembra de rabanitos. Bienestar en vez de cosas. Bien-ser en vez de solo bien-estar.
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