Cuando al final de una semana nos preguntamos por la forma como ocupamos nuestro tiempo, podemos sentir un mal sabor si vemos que no fuimos muy productivos, pero sabemos que, a partir del próximo lunes, podríamos corregir el rumbo. Cuando esto se hace al final del año, lo que podría haberse perdido, es de mucho mayor importancia, y la posibilidad de recuperarlo es menor. Por eso conviene hacer el ejercicio con alguna frecuencia.
Estar ocupado no es lo mismo que ser productivo. Ser productivo es hacer un impacto en lo que queremos lograr. Si queremos ir a tal concierto, comprar la entrada es hacer impacto. Pero el impacto definitivo está en ir y disfrutar.
Ser productivo no es lo mismo que ser eficaz. La eficacia es lograr cosas que valgan la pena. Se pueden producir muchas cosas que no valen la pena.
Un pajarito no tiene iniciativa. Se pasa todo el día buscando con qué llenarse la pancita. Es su instinto. Los seres humanos hacemos muchas cosas por instinto, pero hay algunas, que valen la pena y que van contra el instinto y sin embargo las hacemos porque elegimos hacerlas. Como estudiar, hacer gimnasia, desviarnos del camino para ayudar a otros. En parte, nuestro desarrollo personal, consiste en desarrollar nuestra iniciativa: no hacer cosas solo por instinto, no hacer solo lo que se espera de nosotros, sino hacer cosas originales, dejar nuestra huella personal. A quien tiene el buen juicio de escoger lo que vale la pena, le va bien haciendo lo que le da la gana.
De niño había muchas voces adultas que me recordaban que, contra pereza, diligencia. Ya de adulto me enteré que la raíz de la palabra diligencia se relaciona con amor. Podríamos decir que diligencia es estar activo para alcanzar lo que vale la pena, no solamente lo que nos gusta o lo que nos atrae.
La historia de la humanidad es un permanente esfuerzo por dejar huella. Por eso construimos, escribimos, hacemos arte. Por eso nos comunicamos, nos agrupamos, emprendemos, nos reproducimos. El móvil podría ser, desde la vanidad hasta el compromiso con la creación de valor. Queremos dejar huella de nuestra vida, o de nuestros años en un cargo público, o del año escolar, o en esta reunión, o con este pastel que estamos preparando. Pienso que el móvil profundo es perdurar en alguna dimensión.
Sabemos que el tiempo pasa, pero muchas veces procedemos como si fuera estático. Miramos las circunstancias, las oportunidades como en una fotografía. Como si fueran a permanecer así para siempre. Y todos sabemos que eso no es posible. La gran pregunta sobre el tiempo es la de si estamos haciendo de él el mejor uso ahora. En estos quince minutos. En este día. En esta semana. Eso nos lleva a estar más alerta. Porque hacernos esa pregunta cada cinco años o cada año, sería como ir conduciendo y mirar la carretera solo de vez en cuando.
Realizamos millares de actividades, unas destruyen valor, otras no aportan ninguno, otras son positivas y otras son de alto valor. Las de alto valor son las que contribuyen a lograr cosas que valgan la pena. Está claro hacia cuáles actividades deberíamos orientar nuestra energía y nuestro tiempo. Y está claro también, que buena parte de nuestra acción se dilapida.
Eso no quiere decir que tenemos que estar siempre ocupados. El ocio tiene una función. Nos recrea, es decir, nos restaura, nos repone, nos da perspectiva. Es lo que llaman mirar desde el helicóptero, subir al balcón, repensar la situación. De hecho, se anda hablando de las virtudes de la productividad lenta (slow productivity). La fábrica del siglo pasado era puro ruido, movimiento, atención frenética. No creo que de ese ambiente y de ese ritmo hubiera salido la inteligencia artificial o el Romance de las carretas.
Para dejar huella debemos escoger objetivos que valgan la pena y preguntarnos periódicamente si estamos en camino de alcanzarlos. En las empresas tradicionales eso se hace formalmente mes a mes. Pero ahí el problema es simple. Se miran las ganancias. Otras actividades más complejas, demandan evaluaciones más refinadas.
Las actividades escolares son evaluadas con unos medios que, cuando son muy primitivos, pueden dar información sobre si el estudiante conoce los contenidos. Métodos de evaluación mejores darían información sobre si puede procesar y hacer uso de esos contenidos. Pero la información esencial debería ser sobre si el estudiante está mejorando su capacidad de aprendizaje.
Para todo lo anterior, es necesario que tengamos noción de lo que es la eficacia. Que nos inquietemos en torno a si somos o no eficaces. Y que conozcamos formas de llegar a serlo. Si la eficacia no es un reto para nosotros, si no nos hemos cuestionado sobre ella, si nunca la hemos planteado como problema, ¿Cómo nos vamos a sentir responsables de ella? Porque finalmente de lo que se trata es de que nos responsabilicemos por ser eficaces. Me temo que gastamos mucha energía en mostrar que estamos ocupados, o en estar realmente ocupados. Y poca energía en verificar si nuestras actividades tienen impacto y si impactan lo que vale la pena.
¿Es eficaz el MEP? ¿Y la CCSS? ¿Y el ICE? A eso se refiere la rendición de cuentas como sana práctica de gobernanza.
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