Ecosistemas

Una radio, o un automóvil, son sistemas. Son un conjunto de elementos que interaccionan entre ellos, se retroalimentan y juntos alcanzan un determinado fin. Pero ambos son sistemas inertes. Una radio o un automóvil nunca producirán ningún sonido o movimiento, que no esté planeado al diseñarlos. Dejemos pasar el tiempo sobre ellos y nada nuevo ocurrirá. Un sistema no inerte, un sistema vivo, como un ratón o un frijol, sí que podrán producir cambio, productos, sorpresas con el paso del tiempo. No sé si los frijoles aprenden, pero sí me consta que los ratones lo hacen, porque en otra vida, con dos compañeros, entrené uno en una Caja de Skinner.  

No puedo recordar la primera vez que me llegó el concepto de ecosistema. Los conceptos son como paquetes, como caballos de Troya, como muñecas rusas, que parecen una unidad, pero que dentro de ellos traen otros elementos. Entran en nosotros como si fueran semillas, que luego germinan, y se reparten por toda la galería del pensamiento. Unas de esas semillas son más fecundas que otras lo cual me ha llevado a la fantasía de preguntarme si las semillas que una persona recibe, por ejemplo, en su educación colegial, se podrían clasificar en función de su fecundidad. Si tal cosa fuera posible, deberíamos aplicar más tiempo y energía, a las de mayor fecundidad. Si tal cosa fuera posible, incluso podríamos ensayar la aplicación del Principio de Pareto y nos daríamos cuenta de que el 20% de los conceptos son capaces de producir el 80% de la formación requerida.

A quien primero le leí hablar de clusters fue a Michael Porter en los años 80. No lo explicaba desde esa perspectiva, pero un cluster es un ecosistema. Al llegar aquí, quise saber cuándo fue la primera vez que se utilizó el término ecosistema. Y la Wikipedia me da la sorpresa de que el término ´ecosistema´ fue utilizado por primera vez en 1935 en una publicación de Arthur Tansley, un ecologista británico. El término fue acuñado por Arthur Roy Clapham, quien produjo la palabra a petición de Tansley. Tansley diseñó el concepto para llamar la atención sobre la importancia de las transferencias de materiales entre organismos y su entorno.  (traducción libre).

Imagino un ecosistema como el proverbial estanque donde muchos lanzan objetos que producen ondas que se combinan entre sí. Es un ambiente propicio para que ocurran cosas. Ahí se producirán sorpresas mayores que las que nos puede dar un frijol o un ratón, porque el ambiente, el ecosistema, nutre y se nutre de sus habitantes, y de esos intercambios pueden surgir sorpresas.  Cuando utilizáramos el concepto para aludir por ejemplo a una familia, la cual es un ecosistema, no bastaría con circunscribirlo a la transferencia de materiales, porque en una familia y en otros ecosistemas se intercambian más que materiales. En una familia se intercambia amor, apoyo, buenos deseos, ejemplo, valores, consejo, confianza, compasión, empatía. Al realizar los intercambios, no imaginamos los resultados, buenos y no tan buenos, en los cuales se convertirán.

Todo este cuento es un llamado a la conveniencia de pensar en ciertos retos desde la perspectiva de ecosistemas y no desde la perspectiva de mecanismos. Los mecanismos están compuestos de partes, como los ecosistemas, pero como son inertes, lo que ocurra con las partes tiene unos efectos limitados. En cambio, en un ecosistema, por su naturaleza viva, lo que ocurra con una de las partes puede tener efectos impensados.  Miremos a las empresas, al sistema de salud, al sistema educativo, y a nuestra vida democrática, como ecosistemas.

Se puede ver una empresa como un mecanismo. Esta empresa, dicen ufanos los líderes, camina como un relojito. Pero el reto debería ser más bien que caminara como un organismo saludable y sostenible. En la empresa se intercambian afectos, ideas, apoyo, confianza, desafíos, motivación. Y se producen ganancias para ella y para las partes interesadas, innovaciones y contribuciones al bien común sostenible de la sociedad que la alberga.

La salud de una población no es simplemente una lucha lineal contra la enfermedad sino que puede ser vista como la nutrición de un ecosistema del cual forman parte las personas sanas y enfermas, los trabajadores de la salud, la legislación, la cultura, las familias, las personas que sin ser trabajadores de la salud contribuyen a la salud de otros, los medios de comunicación colectiva, los esfuerzos educativos, los comerciantes de fármacos, el personal de diversas especialidades no médicas que hace posible el funcionamiento de hospitales, clínicas, gimnasios, laboratorios. Parece lógico, lo leí por ahí, que en las ciudades que son más caminables, la salud de la población es mejor.  

Una buena educación formal no depende solo de diseñadores, maestros, estudiantes, sino también de las familias, los expertos en producir instrumentos didácticos, conceptuales o materiales. Y no sé por qué no se abre un amplio espacio de contribución a las empresas.

Y ahora que según vemos en el Latinobarómetro, baja la consideración en la cual tenemos la democracia en Costa Rica, conviene que nos demos cuenta de que la responsabilidad por la fortaleza de esa forma de vida no es exclusiva de los habitantes y los políticos. Puestos a mencionar elementos del ecosistema democrático, me parece que debemos incluir, al sistema educativo, a los partidos políticos, a los legisladores, al TSE, a los medios de comunicación, a las familias, a la administración pública, desde los jerarcas hacia abajo porque una gestión pública ineficaz, va erosionando la fe que la población tiene en su sistema político. Pero el elemento decisivo de todo sistema democrático es el habitante, cuyo intercambio con el sistema no se puede reducir a la emisión del voto. El abstencionismo es un signo negativo de cómo funciona este ecosistema, pero no es el único. Entre quienes votan, el reduccionismo de creer que con votar se cumplió con el deber ciudadano, es un grave síntoma. Y como ocurre con el ratón y la semilla, no sabemos cuántas sorpresas nos podrían dar los habitantes si decidieran convertirse en parte de la solución.   

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