Leo que en Uruguay se está acabando el agua. ¿Quién debería ocuparse de ello? Supongo que hay dos grupos que comienzan a ocuparse del asunto. Por un lado, todos quienes puedan hacer ganancias con el problema. Y por el otro, todos los que tengan responsabilidad por el bienestar de la población.
Pongámonos estratégicos. El problema tiene una vertiente agrícola y una vertiente doméstica. El agua sirve para irrigar sembradíos. Y sirve para consumo humano. Quedémonos con la última. ¿Para quiénes representa el problema una oportunidad de hacer ganancias? Para quienes tienen concesiones de explotación de agua, como por ejemplo una cervecería o una fábrica de refrescos. También para quienes conozcan el negocio de distribución de productos alimenticios. Se necesitarán millones de kilómetros recorridos para sustituir el servicio de las cañerías. Para los importadores de autos porque se necesitarán múltiples vehículos para hacer llegar a los puntos de venta el agua que ahora llega por las cañerías. Y para los fabricantes de envases -botellitas, botellas, botellones- ¡Cuán útil y barato es el servicio que presta una cañería! Y para quienes están en el negocio de lavado de ropa. Se puede comprar agua para beber y cocinar … pero la tarea doméstica de lavar la ropa es una tarea de magnitud industrial.
Pongámonos suspicaces. ¿No había nadie en las instituciones públicas relevantes monitoreado la demanda y la disponibilidad de agua potable? ¿Cómo se les pasó ese golazo de planificación? ¿O tal vez no fue un golazo, sino que el portero estaba deliberadamente mirando hacia otro lado? ¿Cómo, cómo? Sí. Alguna mano peluda hizo que no se realizaran los estudios del caso. ¿Y con qué intención? Ah, imagine que aquellos para quienes el problema representa una oportunidad hicieron cuentas y dedicaron tiempo, influencia y recursos a conseguir que los planificadores miraran hacia otro lado.
Esto del agua podría ser solo una metáfora que lleve nuestra atención hacia otros campos, por ejemplo, el de la salud. Pensemos a quiénes podría convenirle económicamente que la seguridad social costarricense colapse. O que colapse la educación pública. O a quienes les podría convenir que las familias no exploten el potencial de generación eléctrica limpia que tienen los techos de nuestras casas.
¿Aquí en Costa Rica, los planificadores de vivienda, de agua potable, de proceso de aguas negras o de basura, de educación, de servicios públicos de salud han hecho bien la tarea? ¿Y si en algún caso la hubieran hecho mal, fue por descuido o falta de destreza? ¿O habrá una mano peluda que los haya ayudado a hacerla mal?
Y volvemos al principio ¿Mercado o estado? Entendemos por mercado el encuentro entre productores y consumidores, entre empresas y familias, entre oferta y demanda. ¿Dejamos que el mercado, que es un portentoso organismo productor de información, se encargue de prever el surgimiento de problemas como este, o le encargamos esas funciones al estado? Los intereses que mueven al mercado son intereses particulares. Además, tiene una granulación singular. Cada uno de los consumidores que participan del mercado, le dedica un rato a la toma de decisiones de consumo. Representa además una proporción ínfima de lo que ocurre ahí. En cambio, las empresas participantes, dedican todo el santo día a la búsqueda de oportunidades y a la toma de decisiones. O sea que los consumidores son partículas y las empresas son grumos, algunos muy grandes. Los consumidores están atomizados y las empresas están organizadas. Si le dejamos a los consumidores la tarea de velar por los consumidores, llevarán las de perder. En toda comunidad bien organizada, el estado tiene el encargo de velar por los intereses de los habitantes. Y la justificación de esa intromisión del estado en la vida personal de ellos y en la vida íntima de las empresas, es la de que como los consumidores son tantos y su posición es tan débil por su falta de organización, alguien tiene que velar por su bien, el cual es parte del bien común. Uno de esos cuidados es el de regular los monopolios. Y no solamente los monopolios económicos, sino en general, los monopolios de poder. Un partido político que tenga mucho apoyo es, de una cierta manera, un monopolio de poder y no olvidemos que el poder corrompe.
La libertad de empresa es un marco que hace posible la innovación y la productividad. ¡Ojo estado…no eche a perder esto! Pero el bien común -el bienestar del mayor número, los intereses de las personas y las familias- no esperemos que sea custodiado, cuidado, por el mercado o por las empresas. Ahora las empresas se proponen cultivar la responsabilidad social y eso está muy bien, pero no las pongamos en la tentación de tener que escoger entre el bien común y los dividendos.
¿Y entonces? ¿Estado o mercado? Hasta ahora, mi respuesta hubiera sido toda la libertad de empresa posible compatible con el bien común. ¿Y después de ahora?
Dice António Guterres, Secretario General de la ONU, que ya salimos de la crisis del calentamiento global y que estamos entrando en la de la ebullición global. Y lo dice no figurativamente sino haciendo alusión a que habrá cosas que hervirán. Leo por ahí que, ante problemas de esta magnitud, hay que recurrir a entidades de gobernanza mundial, de manera que las opciones no serán solo estado o mercado, sino que hemos agregado otro tercer regulador: las entidades de gobernanza mundial.
El control de los armamentos de destrucción masiva ha dependido por ochenta años del buen juicio de unas pocas personas en el mundo. Esto le ha deparado a la humanidad, posiblemente el período más largo de temor e incertidumbre, con los cuales hemos aprendido a lidiar, no sabemos a qué costo. Personas muy sensatas e informadas auguran consecuencias semejantes a la inteligencia artificial.
Pues después de ahora la solución a la cuestión de si estado o mercado debería ser, toda la libertad de empresa posible compatible con el bien común y con la supervivencia del ser humano en la tierra. Y eso requerirá una redefinición del estado y un reajuste de roles y responsabilidades entre personas, familias, políticos, líderes, y una revisita a conceptos tales como innovación, productividad, eficacia, política, ética, bien común, sostenibilidad, supervivencia. Serán indispensables perfiles nuevos de responsabilidad individual, políticos con un nuevo ADN, gestiones privadas y públicas que vayan más allá de la eficiencia cotidiana y tiendan hacia la eficacia sostenible.
¡Tan bien que nos veníamos apañando con el silabario, pero como que ya no es suficiente!
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