En San José, los barrios populares con frecuencia tenían cuatro pulperías en el cruce de calles y avenidas. Cuatro opciones. Cuatro oportunidades de ejercer la libertad de elegir. ¿Por qué usted compra en tal pulpería? Porque el pulpero es más atento.
Imagino que cuando alguien quería ponerse al frente de una pulpería se lo seleccionaba o se autoseleccionaba mediante el criterio de si se era suficientemente atento. Atento quería decir cortés (buenos días, qué se le ofrece, con mucho gusto, muchas gracias)
Cuando un joven se enfrenta a su primer empleo, tropieza con el conocimiento de que ser atento es un rasgo, pero hay otros necesarios para poder formar parte de una comunidad de trabajo: puntualidad, responsabilidad, eficiencia, laboriosidad, colaboración.
Veo la comunidad, la veo en sus fenómenos cotidianos: ser pasajeros en un bus, viandantes en la acera, vecinos en la cuadra. O en su forma ampliada: miembros de un cantón, votantes de las elecciones municipales, pagadores de impuestos sobre la propiedad, usuarios de servicios comunitarios. Ya aquí no nos basta como al pulpero, con ser atentos. Y aquí, al igual que en los manuales de las organizaciones de trabajo, podríamos hacer listas de rasgos.
Una lista de rasgos sobre cómo ser buen miembro de una comunidad cantonal, o de una comunidad nacional puede hacerse desde varias perspectivas. ¿Vamos a poner las que son mínimas y necesarias? Esas tal vez están en los códigos municipales y de policía: no tirar basura, no hacer ruido a deshoras, no bloquear los hidrantes, mantener las aceras, y otras. Pero aquí me surge una pregunta ¿Cuál es el objetivo? ¿No incomodar a los vecinos? Parece una aspiración mínima muy aséptica: neutral, fría, sin pasión.
Si quisiéramos proponer rasgos de comportamiento que fueran lo contrario de lo simplemente neutral, frío, sin pasión, deberíamos hablar de comprometido, cálido, apasionado. ¿De qué hablaríamos entonces? La bondad – y seguimos con el DRAE- tiene estos significados: natural inclinación a hacer el bien; blandura y apacibilidad de genio, amabilidad de una persona respecto a otra.
He escrito en otras oportunidades sobre cómo enriquecer conceptos, actitudes, posiciones agregándoles otras dimensiones. Una empresa puede tener como única aspiración los resultados económicos, o podría, como ahora lo hacen muchas, aspirar a satisfacer a otras partes interesadas como personal, clientes, proveedores, comunidad y aspirar a contribuir a la solución de la crisis ambiental. Un estudiante podría aspirar simplemente a aprobar los cursos, o podría tener como propósito aprender. Y más que eso, aprender a aprender. Un maestro, podría aspirar a exponer sus clases, o aspirar a que sus estudiantes aprendieran a aprender. En esta ampliación de dimensiones, las madres son un ejemplo: operan o gestionan un restaurante, una lavandería, un hotel, un salón de estudios, un servicio de coaching para todas las edades, 24/7. Pero no solamente se atienen al criterio de eficiencia -todo a tiempo, de buena calidad y bajo costo- sino que van agregando dimensiones las cuales se podrían sintetizar en el concepto de bondad.
Esa experiencia está ahí. La mayor parte de nosotros la hemos vivido. Nos hemos beneficiado de ella. Pero la finalidad de esta nota no es introducirnos en el mes de agosto con su proverbial Día de la Madre. La finalidad es reflexionar sobre cuánto se podrían enriquecer nuestras relaciones, nuestras comunidades, los países, con la práctica de la bondad.
Ser atentos o corteses tiene un propósito cercano. Ser bondadosos tiene propósitos trascendentes, que van más allá del día a día, más allá del cumplimiento mínimo, más allá de lo efímero. ¿Qué le hará más falta al país hoy, más turistas, más exportaciones, más PIB, o lo que produciría la bondad ampliamente practicada? La bondad produciría confianza, compasión, comprensión, acuerdos, tolerancia, respeto, apoyo mutuo, en suma, bien común. ¿Será que le dejamos el tema de la bondad a las iglesias? Así como poco a poco vamos aprendiendo a hablar de amor y de felicidad, aun en espacios donde antes solo hablábamos de eficiencia, como en las empresas, hemos de aprender a hablar de bondad en nuestra vida ordinaria y no solo cuando hacemos examen de conciencia.
¿Por qué no? ¿Por qué la bondad, como el amor, nos lo guardamos celosamente solo para algunas personas y experiencias? ¿Se podría aspirar a que los ciudadanos fueran bondadosos? ¿Hay contradicción entre bondad y vida comunitaria? ¿Estamos atados a paradigmas equivocados o revisables? Se puede ser bondadoso y exigente. Se puede ser bondadoso y asertivo. Bondadoso y enérgico. ¿Por qué la exigencia, la asertividad, la búsqueda enérgica de eficacia, nos parecen alejados de la bondad? ¿Vemos contradicción entre la bondad y el buen liderazgo; entre la bondad y la política? Es ampliamente aceptada la norma social de ser cortés. ¿Por qué no la de ser bondadoso? ¿Implicará más gasto de energía ser bondadoso que ser cortés? ¿Pensaremos que serlo nos hará más vulnerables? ¿Sentimos que estamos en un mercadillo donde si lo somos, vamos a salir tirados? ¿Es la represión de la bondad un atavismo heredado de cuando sobrevivir era más difícil para los seres humanos? ¿O decidimos reprimir la bondad y constreñirla solo a ciertos entornos y relaciones según una misteriosa regla de bondad con los cercanos y con los lejanos, a lo sumo, cortesía?
Para el tipo de problemas serios que tenemos sobre la mesa -crisis climática, debilitamiento de la democracia, exclusión, desigualdad de oportunidades, retroceso educativo- las soluciones no se lograrían con palancas, cuñas, planos inclinados o poleas. Tampoco se lograrían atenuando los síntomas. Tenemos que recurrir a niveles de acción humana no rutinarios. Un amigo me sugería que hay que subir al piso de arriba, al de la espiritualidad. Y ando pensando que tiene razón.
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