¿Hasta qué punto cuando la reputación de alguien crece, esta persona debería empezar a recordarle a sus seguidores que es falible y limitado? Hay una responsabilidad en aceptar la confianza ilimitada que se le tiene en asuntos que son opinables, es decir que no son materia de ciencia o de técnica ¿Debería por ejemplo un medio de comunicación ser más riguroso en lo que publica según aumenta el número de sus seguidores?
Durante el mes de mayo han tenido lugar varios eventos de conmemoración de los cien años de Henry Kissinger, señal de la enorme admiración de la cual goza como analista político y estratega, según un artículo de la revista Foreign Affairs, cuyo vínculo aparece abajo. Su vida reseñable, se compone de tres etapas claramente distinguibles: quince años como académico en Harvard, de 1954 a 1969. Luego como asesor en seguridad nacional y secretario de estado en el gobierno de Richard Nixon y de Gerald Ford. Y una tercera fase como autor, experto, erudito, gurú, cabeza de una firma consultora en su ramo.
El autor señala que la alta reputación de Kissinger parece obviar sus errores como el apoyo a la guerra de Vietnam y el papel que tuvo en su prolongación a pesar de su convencimiento de que no podía ser ganada; la extensión del conflicto hacia Cambodia; el apoyo al golpe de estado de Pinochet en Chile en 1973 y el manejo de la guerra Indo-Pakistaní en 1971.
El médico, el ingeniero, el abogado, cuando se apartan de lo que está debidamente protocolizado en sus respectivas disciplinas, responsablemente avisan a su cliente que lo están haciendo y que están entrando en un terreno de opinión. Pero cuando la disciplina está constituida casi principalmente de opinión, ¿Cómo hay que proceder? Un editorial de un medio de comunicación puede contener evidencias, datos duros, pero contiene una alta proporción de opinión.
Aun cuando no se sea Kissinger, existe una responsabilidad por el efecto que causa la opinión que se da, de manera que, a semejanza de los paquetes de cigarrillos, un artículo de opinión debería contener una advertencia sobre la aceptación indiscriminada de estas ideas las cuales podrían ser dañinas para su salud. Pero siempre existe el incentivo perverso del número de seguidores, de la audiencia o de la circulación. A quienes emiten opinión, generalmente les interesa ser creídos y seguidos, a no ser que tengan muy claro el rol de proveedores de ideas para que los demás sigan pensando.
Así como existen programas de acreditación de la calidad en las empresas, de las carreras universitarias, de laboratorios clínicos, podrían existir entidades privadas de acreditación de formadores de opinión. Aunque pensándolo bien creo que existen muchas personas que son fuente de tal acreditación. Las personas serias saben a cuáles fuentes creerles y a cuáles no, y hasta saben cuáles leer y cuáles no. Así que lo que tal vez hace falta es solo recoger en un solo sitio la opinión de estas personas y ya contaríamos con una criba, un colador, un cernidor, un aventador que separe el trigo de la paja, un ojo de hortelano que separe el brote deseable de la cizaña perturbadora.
Afortunadamente, tenemos unos resortes mentales que nos vacunan contra la posibilidad de ser embarcados. Por ejemplo, la incredulidad como actitud inicial (default, en inglés). Es lo que está presente en quienes reaccionan a un mensaje diciendo suena bien, pero ¿Quién sabe? Otro mecanismo es que casi nunca aceptamos algo con solo escucharlo. Lo masticamos, lo comentamos con otros, escuchamos sus reacciones, y en determinados casos, hasta lo consultamos con personas en quienes confiamos. En estos tiempos de inflación de opiniones, conviene hacer un filtraje cuidadoso de lo que nos va llegando, especialmente cuando toca temas de alto significado. Pienso que, así como no ingerimos cualquier cosa sin saber si nos puede hacer daño, también tenemos una cierta resistencia a lo nuevo, beneficioso o perjudicial. Nos interesa ingerir lo beneficioso, recibir los impulsos de cambio que pueden mejorarnos y eso, en materia de ideas, es lo que hace el pensamiento crítico, de ahí su enorme importancia.
¿Y cuáles son los componentes esenciales? Primero, una actitud de no chuparse el dedo, de no comulgar con ruedas de molino, pero solo con ella, pronto caeríamos en el escepticismo, en no creer nada, en rechazar el trigo junto con la paja. Segundo, formular muchas preguntas a lo que se nos está diciendo. Tercero, escuchar a los del punto de vista contrario. Y finalmente, tener la humildad de pedir ayuda a quienes reconocemos que podrían ayudar a que nos aclaremos.
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