Alguien dijo, te voy a hacer una pregunta indiscreta. Y el interpelado respondió: No te preocupes. Para mí, no hay preguntas indiscretas. Hay respuestas indiscretas. Así es. La pregunta es una oportunidad. La respuesta es un ejercicio de libertad de quien responde.
Una buena regla es la de no preguntar a menos que sea estrictamente necesario. Hacemos muchas preguntas por falta de diligencia para averiguar por nosotros mismos. Sin embargo, hay momentos en los cuales, no queda más remedio que preguntar o la mejor contribución que podemos hacer al bienestar del otro, es preguntar.
Las preguntas pueden ser una invasión, a veces pacífica, a veces bienvenida, pero siempre una invasión. Más o menos contienen el mensaje de aquí vengo a ponerte a pensar. Y pensar, especialmente pensar en lo que no se está pensando o en lo que no se quiere pensar, es arduo. La pregunta también evoca el tradicional examen escolar o la indagación autoritaria y ya me van a decir quién aplaude por tener que verse sometido a eso. Como examen, la pregunta hace que el interrogado arme su respuesta, con el ánimo de satisfacer a quien formula la pregunta. Y ante la indagación nos ponemos defensivos y así la respuesta tiene móviles para ser maquillada. Formulemos preguntas útiles que sean una oportunidad de crecimiento para la persona que las responderá o para la relación que tenemos con ella.
Si lo que se quiere es obtener información, en muchos casos es preferible observar que interrogar. El director técnico debe observar los partidos y luego ver los videos. No hace bien si anda preguntando a los jugadores ¿Por qué perdiste tantas oportunidades?
La pregunta cerrada ¿Te gusta tal cosa? puede conducir a un sí o un no, y ahí termina el diálogo. La pregunta abierta promueve diálogo ¿Cómo te sientes ante tal cosa? ¿Qué convendría intentar para vencer este obstáculo?
Si una persona viene con una idea, no conviene decirle cuáles son los inconvenientes que le vemos a la idea. Las ideas nacen tímidas. Una lista de obstáculos las hace retraerse y quizá no volver a asomarse a la luz del día. Tampoco es una buena práctica reprimir los inconvenientes si la idea nos la plantearon para buscar nuestra opinión constructiva. ¿Cuál es el camino entonces? Hagamos preguntas que conduzcan a la persona proponente a descubrir por ella misma los obstáculos.
Las preguntas prematuras vulneran las ideas. A quien apenas tiene una idea sobre un proyecto no deberíamos preguntarle cómo hará para ejecutarlo. Antes ha de hacerse otras preguntas y responderlas adecuadamente. Esas respuestas habrán dado fundamento al proyecto, y según se lo va fundamentando, se lo va haciendo más viable. Cuando un proyecto recién surge, las preguntas más fecundas no son las que conducen a formular el detalle del plan, sino las que abonan la ilusión y el entusiasmo.
Hay preguntas que promueven la respuesta. Si el jefe nos pregunta si estamos dispuestos a mejorar nuestro desempeño, siempre le vamos a responder que sí. O preguntarle a un candidato si tiene lo que se necesita para desempeñar el puesto. En este caso, es mejor pregunta la de qué es lo que aportará al desempeño del puesto. Nunca pregunte a su pareja si su amor sigue vivo.
Hay preguntas que contienen un juicio. Imaginen a una persona que pregunta a otra, por qué es tan desordenada o tan ineficiente o tan poco perseverante. Las hay que no son computables por el destinatario. ¿Podrías sintetizar lo que dices? es una pregunta muy complicada. Una mejor forma sería ¿Cuál es la esencia de lo que quieres decir?
No se debe frustrar al interrogado, sino que se lo debe motivar a ir hacia delante de donde está. La pregunta no debe ser un punto final. Sino una invitación a explorar más allá. ¿Qué enriquecimientos te traería ese viaje? es mejor pregunta que ¿Para qué quieres hacer ese viaje? Pongamos al interrogado al inicio de un tramo del camino. No al final del camino. ¿Qué tendrías que hacer para lograr lo que quieres? es mejor pregunta que ¿Y crees que lo vas a lograr? No busquemos respuestas simples. Promovamos más pensamiento.
No le pongamos anteojeras a quien interrogamos. ¿Qué puesto andas buscando? es una pregunta que pone anteojeras. Se abre mejor el horizonte si preguntamos ¿A qué te gustaría dedicar tu tiempo y tus esfuerzos? Las mejores preguntas han de conducir a que quien las recibe explore el sentido de lo que está pensando hacer.
Planteemos interrogantes que no estén a gran distancia de donde se encuentra el interrogado: Al chico que manifiesta interés en estudiar una ingeniería le conviene más pensar en qué hacen los ingenieros en la vida real, más que por qué le gustaría ser ingeniero. Tampoco es útil conducir hacia las dificultades. ¿Qué cosas de ser ingeniero son las que más te entusiasman? en vez de ¿Cuánta facilidad tienes para las matemáticas? En cualquier disciplina será más necesario el entusiasmo que las habilidades estudiantiles.
La pregunta debe conducir hacia el lado positivo, constructivo, optimista del asunto ¿Qué te disgusta de esta situación o de este puesto? podría ser superada por ¿Cuáles cambios en el puesto podrían elevar tu entusiasmo?
Las preguntas han de tener un orden y no conviene hacer algunas antes de pasar por otras que deberían precederlas. ¿A qué se debe tu falta de entusiasmo? es una pregunta que tal vez requiere que antes preguntemos ¿Te ha ocurrido algo desagradable últimamente?
No preguntemos por simple curiosidad. No preguntemos cuando existe una alta probabilidad de que lo que nos respondan no sea la verdad. No preguntemos cuando la pregunta conlleve una violación a la intimidad del interrogado. Preguntemos para contribuir. Hagamos preguntas que permitan que el otro se exprese. Cada uno es. Es de una manera singular. Expresarse es poner fuera, en palabras o en acciones, eso que somos. No expresarnos no nos conduce a no ser. Seguimos siendo, pero solo hacia adentro. Expresarnos pone nuestro ser a la vista o a la disposición de los otros. Imaginemos una poeta que no escribe. Un músico que no compone o no ejecuta. Un maestro que no suscita aprendizaje. Un amante que no muestra su amor. Una persona que no saca de sí sus anhelos, sus temores, sus inquietudes, su interpretación de la realidad. Solo amamos lo que conocemos. Dejar que el otro se exprese es requisito del amor.
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