Dentro de 23 años la población de Costa Rica dejará de crecer y se estacionará, según el experto Dr. Luis Rosero Bixby, en menos de 6 millones de habitantes (La Nación, 19 de febrero 2023). Eso no permite afirmar que la población será la misma a partir de ese año. Será el mismo número, pero no la misma población, porque cada año habrá nacimientos y defunciones, de manera que, en un cierto lapso, nadie de los que hoy estamos vivos lo estaremos o sea que llegaremos a ser una Costa Rica sin costarricenses que hubieran vivido en el año 2023. Eso quiere decir que esa noción de Costa Rica que cada uno de nosotros tiene y que adquirió de sus antepasados, no existirá, a menos que hayamos logrado transmitirla a nuestros sucesores.
No se puede predecir el futuro, pero si observamos la población actual, como lo hace el Dr. Rosero, es muy verosímil que en veinte años la población será muy numerosa en adultos mayores en familias pequeñas. Y en esa población habrá muchos pacientes de Alzheimer quienes requerirán cuidados especiales por entre cinco y diez años. Esto planteará serios problemas al sistema de salud y a la vida familiar.
Nuestro país, nuestra gente, tiene defectos y virtudes. Esa mezcla, enfrentada a las circunstancias que vamos encontrando en el camino, va produciendo lo que somos, lo que somos capaces de soñar y lo que somos capaces de lograr. Una gran pregunta es la de cuáles defectos hay que eliminar primero y cuáles virtudes hay que cultivar más cuidadosamente. Con una complicación. Algunos de los rasgos de nuestra manera de ser podrían no ser virtudes netas, sino que tienen, a la larga, algunas consecuencias negativas. Y rasgos que podrían no ser defectos netos, porque tuvieran algunas consecuencias positivas. Veamos. La prudencia que hay en la frase esperemos a que se aclaren los nublados del día, produce una lentitud en la toma de decisiones y posiblemente una creencia de que los asuntos se pueden resolver solos o de que un Ayudante Mágico nos los va a resolver. De igual manera, el optimismo que hay en el pura vida que hoy lo andamos vendiendo como virtud, podría tener unos componentes de irresponsabilidad, de superficialidad, de escapismo de las situaciones complicadas. A veces comparamos nuestros rasgos con los de otras culturas. No somos tan laboriosos ni tan sistemáticos como los de tal nacionalidad, pero eso podría contribuir a que tuviéramos una manera de gestionar la felicidad de maneras más compatibles con la sostenibilidad ambiental, por ejemplo.
No imagino un ministerio, ni una universidad que pudiera producir una visión de cuáles virtudes cultivar ni cuáles defectos atacar. Eso es lo que hacen las familias según sus creencias, su leal saber y entender, según su responsabilidad. El gran riesgo de que eso lo hiciera un ministerio es que ningún ministro, ningún equipo de científicos y filósofos tendría el conocimiento ni la sensatez, aunque cuente con la información, para poder decir cuál es la aspiración correcta. Sobre el futuro no hay ciencia. Todo lo que sabemos es que ese es un tema complejo y lleno de incertidumbre.
¿Entonces conviene olvidarnos del futuro? Claro que no. El tema sobre el futuro debe estar siempre sobre la mesa. Desde la escuela se nos debería enseñar a pensar en el futuro, como lo hacían nuestras abuelas, con el tema de la educación. Cualquiera que hubiera seguido los consejos de las abuelas sobre disciplina, laboriosidad y ganas de aprender, hubiera sido un excelente escolar. Deberíamos descubrir cuáles son las tendencias inevitables o indiscutibles. No sabemos cómo convendría que fueran las ciudades del futuro, sí sabemos que es de un altísimo costo tener que desplazarse hacia el lugar del trabajo, dos horas de ida y dos de regreso. No sabemos qué es lo que nuestros niños necesitarán saber, cuando tengan veinte años y sean universitarios o estén integrados al mundo laboral. O ambas cosas a la vez. Lo que sí sabemos es que necesitarán ser muy eficaces aprendiendo, ya sea de los libros, de otras personas o de depósitos de información operados con inteligencia artificial.
Hay unos complejos de actitud-conocimiento-hábito que son fundamentales para una buena vida en comunidad. Ahí van algunos de los que me guían: apoyar el despliegue del ser, algunas de cuyas dimensiones son respetar la vida y respetar la libertad. Reconocer y aceptar incondicionalmente la realidad y el reto de modificarla. Operativizar la aspiración al bien común con el cultivo de la compasión, la empatía y la solidaridad. Reconocer nuestra radical ignorancia ante la complejidad de lo real. Aprender a sentirnos cómodos tanto con la estabilidad como con el cambio. Pienso que recorrer ese camino es apostar a ganar.
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