Esta semana es singular. Para todos es un paréntesis en el ritmo de trabajo. Para algunos es Semana Santa. También el pueblo judío conmemorará en estos días su Pascua.
Pienso que el silencio es restaurador. Estos días, imaginados como los vivía de niño, me parecen de silencio. En aquellos años muchas radioemisoras dejaban de transmitir. Las que transmitían suspendían la música popular y ponían música clásica. Creo que la llamaban música selecta. Los buses reducían el número de carreras o las suspendían del todo. Las cantinas cerraban. Las que eran pulpería y cantina, sí podían abrir, pero el Resguardo Fiscal -una policía fiscal- sellaba los estantes donde había bebidas alcohólicas para impedir su venta. Todo eso traía un gran silencio a los barrios. Los niños, con órdenes de los padres, no jugábamos en la calle. El recogimiento era evidente. Además de que madres y abuelas nos halaban hacia sus devociones.
Aprovechemos el silencio. Construyámoslo en torno a cada uno. Abrámonos hacia lo trascendente. Debido a la forma de nuestra manera de percibir y de sentir, nos pasamos mucho tiempo sintiendo principalmente lo físico. Pero no somos solo proteína. Agucemos el oído a ver si escuchamos el espíritu, o las manifestaciones espirituales de la proteína. Hay libertad para interpretar.
Hay personas creyentes. Otras ateas. Otras agnósticas. Los agnósticos se apegan al método científico. Sostienen que la ciencia no puede probar la existencia de Dios. Pero tampoco puede probar que no exista. ¿Para quiénes escribo? Para todos.
Me parece que el silencio, el recogimiento nos podrían acercar a la meditación. Sea lo que antes llamábamos meditar, que era ir pensando en alguna cosa espiritual, o lo que ahora se suele llamar meditar, que es por ejemplo la meditación Zen o la meditación trascendental. O simplemente podríamos reflexionar sobre alguna cosa seria. Si esto, recomiendo meditar escribiendo. Supongo que, si uno tiene un gran control de sus pensamientos, puede meditar en el aire. A mí me ayuda a mantener el hilo, un papel en blanco y una pluma fuente. El rasgueo de la pluma sobre el papel me ayuda a concentrarme, pero un bolígrafo o un lápiz sirven también.
Un tema de reflexión que alguien me puso en el camino en buena hora fue el de que somos criaturas. No somos producto de nosotros mismos. Nos parecerá que somos mecánicos o vendedores, abogados o maestros y porque estamos conscientes de todos los esfuerzos grandes y pequeños que hicimos para lograrlo, somos fruto de nuestra creación. Claro que eso influyó. Pero venimos de muy lejos. Esa habilidad para hacer esfuerzo es producto de nuestra crianza, a través de la cual somos beneficiarios no solo de las acciones de nuestros padres sino de quienes contribuyeron a que nuestros padres tuvieran los valores y el temperamento que tuvieron. Pero no olvidemos que somos una casualidad biológica. Somos el producto de una lotería genética y consecuencia de todas las generaciones que nos antecedieron. Nacimos en una compleja realidad social, económica, cultural, política, que no se construyó en un día. Un admirable tejido hecho con múltiples hebras de distinta procedencia. Hoy, cuando nos vemos siendo en el mundo, cuando conscientemente nos damos cuenta de que estamos aquí y ahora, cuando experimentamos la realidad de nuestro cuerpo, la propiedad de nuestros pensamientos y emociones, podríamos vernos tentados a olvidar que somos criaturas producto de múltiples eventos que pudieron haber sido de muchas otras maneras.
A pesar de la aleatoriedad del origen de nuestra realidad presente, algo viene a ser casi absoluto. Estamos aquí. Disponemos de una energía. Parece que dispondremos de un tiempo. Tenemos intencionalidades. Una capacidad de acción. Una posibilidad de elegir. Podemos elegir hacer o no hacer algo. Y esto no es neutral con respecto a otros. Si la madre decide no alimentar a su bebé, eso tendrá consecuencias para él. Si la maestra decide no llegar a clases o el chofer no atender su bus, habrá consecuencias para quienes los esperan. Y cada uno de nosotros es insustituible en eso que podría hacer. No basta con que otras madres alimenten a sus bebés, que otras maestras lleguen a clases u otros choferes atiendan sus buses. El trozo de acción que cada uno había de realizar, si no se ejecuta, se quedaría sin ejecutar. Y ya se ejecute o no, esto tendrá una reverberación de consecuencias que no se detendrá hasta que se detenga el tiempo. Esto lleva a una conclusión: llegamos aquí, a este momento, en parte por azar, pero lo que elijamos y lo que hagamos de este momento, tendrá consecuencias, no solo para cada uno, sino para muchos, conocidos y desconocidos. Y en ello tenemos responsabilidad.
Hace poco escuchaba a alguien conversar de los ayunos propios de la Cuaresma. Y decía esta persona que de lo que se trataba es de ejercitar la sobriedad. Usualmente comemos, bebemos, nos ejercitamos, descansamos, hablamos, vemos tele, utilizamos el celular, sin ningún límite. ¿Qué pasaría si nos ponemos límites? Podríamos apreciar desde la relativa escasez, todas las fuentes de satisfacción que tenemos a nuestra disposición. Podríamos descubrir cuán dependientes somos de esas fuentes de satisfacción. Podríamos experimentar la sensación de éxito que da sentir que se controla algo que no se controlaba.
Reflexionar no es intentar adivinar el futuro, ni rumiar el pasado. En vez de qué hubiera pasado si, hay preguntas mejores tales como ¿Contra cuáles circunstancias reales he estado luchando en vano? Este es el primer paso para lidiar con la realidad de la forma que conviene lidiar con ella: mirándola a la cara. Hay unas circunstancias que no cambiarán. Otras solo podrán cambiar si nos esforzamos durante un largo tiempo. Y otras todo lo que necesitan es acción ya.
¿Y las preguntas que nos llevan hacia lo trascendente? Tomemos un sector de la trascendencia. Mirémonos y pensemos cuánto dependemos de otros: del panadero, del taxista, del maestro de nuestros niños, del agricultor que produce los tomates. Si dependemos tanto de tantas personas, no es difícil pensar en quienes dependen de nosotros: parientes, clientes, compañeros, amigos. Una pregunta trascendente es la de si estamos contribuyendo a su bien, si los estamos ayudando a que desplieguen su ser.
Veámonos como caminantes, que avanzan en medio de la bruma de nuestras limitaciones, en busca de ideales inalcanzables pero que nos mantienen en el camino, conscientes de nuestras carencias, agradecidos por las inspiraciones, animados por nuestros progresos, humildes ante nuestros retrocesos. Eso es un ser humano.
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