¿Para qué?

¿Para qué hacemos lo que hacemos? Alguien puede comer porque le sabe rico comer. Alguien lo puede hacer para tener energías para lo que ha de hacer. Otra persona podría ir más allá y decir que come porque eso le da energía para cumplir con su misión. Y su misión puede ser atender a su familia, o desarrollar una obra de beneficio comunitario. La comida que come el héroe se convierte en energías para llevar adelante su causa. Lo que come el malviviente, le da energías para su mal vivir.

Vemos cantidad de planes, algunos de los cuales se concretan en acciones, muchos de ellos sin haber llegado a los últimos para qués. ¿Para qué estudian los colegiales? Para aprender. ¿Y para qué aprender? Podrían darse como respuesta, para obtener un buen empleo. ¿Para qué? Para tener bienestar. ¿Para qué? Alguien podría no encontrar respuesta porque eso del bienestar es lo máximo a lo que aspira.

O un joven podría decir que estudia para sacar buena nota. Y entonces su cadena de para qués es corta y de poca altura. Pero otro podría responder a las preguntas diciendo: estudio para aprender. Eso me desarrolla. Me siento responsable de llegar a ser todo lo que pueda ser. Porque esa plenitud, me dará satisfacción y me dará la posibilidad de servir a otros y a la comunidad. ¡Ah caramba! Se nos puso serio el joven. Pero aplaudimos lo que dice.

Cuanto más trascendente la respuesta, mejor. La trascendencia es alejarse de la punta de la nariz, hacia adelante y hacia arriba. Uno podría ser como Juan Palomo: yo me los guiso y yo me los como. Esa es la receta de la intrascendencia. O podría mirar más allá. Hacia el futuro. Pero no al almanaque del 2050, sino a lo que el 2050 podría ofrecer como retos o como oportunidades de acción. Ahí estarán sus nietos y los nietos de sus amigos. Y puede ver en ellos a posibles beneficiarios de su talento, de su acción. Se puede mirar la vida con un saco en la mano a ver qué logro meter dentro. O se la puede mirar como una posibilidad de aportar y contribuir. Así alzan vuelo los para qués.

Me parece que podríamos alzar vuelo, como personas, como familias, como comunidades, como país, si reflexionáramos sobre los para qués. Si hiciéramos cadenas más largas de para qués. Si en ese ejercicio abriéramos ventanas a lo trascendente. Si no nos quedáramos en propósitos chatos, cortoplacistas, individuales.

¿Para qué tenemos amigos? ¿Para qué interesarnos en los asuntos del país? ¿Para qué hacer ejercicio físico? ¿Para qué cultivar buenos hábitos de alimentación? ¿Para qué va el ministro todos los días a su despacho? ¿Para qué llega el médico al hospital de la Caja?

¿Para qué funcionan las universidades? ¿Para qué son las clases de todos los días? ¿Para qué investigan? No me digan que se investiga para publicar y se publica para ganar créditos académicos. Esa es una respuesta muy a ras de tierra.  ¿Para qué es la acción social? Que no sea un esfuerzo publicitario solamente para favorecer la posición negociadora a la hora del FEES. Elevemos el alcance de las respuestas. Apuntemos más lejos y más alto.

¿Para qué quiere este partido político ganar las elecciones? ¿Es para lo mismo que el Saprissa quiere ganarle a la Liga? ¿O se tienen otras aspiraciones que van más allá de la punta de la nariz de sus dirigentes?

¿Cuál es el para qué de quienes buscan cargos políticos? ¿Un modus vivendi estrictamente económico? ¿Un medio de adquirir poder sin más para qué? ¿Un masaje al ego?El para qué de los políticos que dejan huella es contribuir al bien común. A ellos los llamamos estadistas. ¿Serán escasos los estadistas porque ni los políticos ni los ciudadanos nos planteamos suficientes para qués?

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