Pienso que somos más generosos con los más cercanos que han sido damnificados por una tragedia que con otros lejanos que quizá sufren iguales adversidades. La tragedia tiene buena publicidad. Tiene además la circunstancia de ser muy reciente. Nadie publicita una tragedia de hace un año. Y en cuanto a la cercanía, en algún resorte de nuestro corazón, nos alude más la inundación en Matina que en Bangladesh. ¿Por qué nos inclinamos a ayudar? ¿Por solidaridad? ¿Festejando que no nos ocurrió a nosotros? ¿Aplacando a la suerte para que no nos toque en el futuro?
Ortega y Gassett escribe sobre la vieja divisa de que Nobleza obliga. La recuerdo de adolescente con el sentido de que nuestras cualidades personales nos obligan a ciertas cosas. En un artículo en La Nación de Buenos Aires, en 1924, Ortega señala:
“El hombre que se impone a sí mismo una disciplina más dura y unas exigencias mayores que las habituales en el contorno, se selecciona a sí mismo, se sitúa aparte y fuera de la gran masa indisciplinada, donde los individuos viven sin tensión al rigor, cómodamente apoyados los unos en los otros y todos a la deriva, vil motín de las resacas. Por eso el lema decisivo de las antiguas aristocracias, forjadoras de nuestras naciones occidentales, fue el sublime noblesse oblige. Nada se puede esperar de hombres que no sientan el orgullo de poseer más duras obligaciones que los demás. La nobleza en el hombre, como en su hermano mayor el animal es ante todo un privilegio de obligaciones. El caballo de raza lo es, ante todo, porque tiene obligación de correr más que el vulgar o resistir más largamente”.
Está claro el sentido. Quiero extenderlo y para eso interpreto que las cualidades que hemos recibido como dones, nos obligan concretamente a hacer esfuerzos mayores y mejores por contribuir, por ejemplo, al mejoramiento de las circunstancias que afectan a otros. La formación recibida, el poder económico que se tiene, las conexiones sociales, la plataforma desde la cual se inició nuestra trayectoria, deberían obligarnos a ser más sensibles con el bien común. ¿Será entonces que, por ejemplo, cuanto más ingreso tenemos, menos deberíamos protestar a la hora de pagar impuestos?
¿Deberíamos porque tenemos más educación formal sentirnos obligados por esa circunstancia a contribuir a la formación de otros puesto que eso impacta al bien común? ¿O deberíamos, habida cuenta de nuestras conexiones y enchufes, contribuir de alguna manera a hacer más fluida la colocación de los desconectados?
Las ventajas competitivas que hemos adquirido -educación, contactos, poder económico- se pueden atribuir a nuestro esfuerzo, pero las circunstancias mediante las cuales ese esfuerzo produjo frutos -genética, hogar paterno, habilidades innatas, oportunidades- nos llegaron sin nuestro esfuerzo ni nuestro merecimiento, o sea, nos llovieron del cielo. ¿Nos llama la atención negativamente, cómo en las monarquías, el poder, el título, las posibilidades se heredan? Pues heredar poder económico, capital social, educación sin que eso nos obligue a preocuparnos más que otros, por lo que le pasa por ejemplo a los excluidos, viola el principio de que la nobleza obliga.
¿Y por qué habríamos de ser compasivos y fraternales? Somos interdependientes y cuanto más cerca vivamos en el tiempo y en el espacio, más lo somos. Somos semejantes en dignidad y en derechos básicos. Todos tenemos los mismos derechos humanos. Sin un mínimo de bienestar, la vida o la dignidad humanas no son viables. En la pandemia nos cuidamos para no adquirir la dolencia y también para no transmitirla. Si no cuidábamos a los otros, nos poníamos en peligro a nosotros.
Siempre hemos presenciado hambrunas, guerras, tragedias naturales. Podríamos enfrentar en el futuro contingencias de gran impacto, de significado casi global. Desde el punto de vista ambiental nos estamos encaminando hacia una situación en la cual la supervivencia de grandes grupos humanos va a depender de la compasión de otros. Creo que no me equivoco en la lógica simple si apunto que, ante una crisis extrema, la falta de compasión de los afortunados va a equivaler a una decisión de exterminio de los desafortunados. Y esa opción -compadecer o no- será un crisol ético del cual la humanidad va a salir, o deteriorada o con un nivel de desarrollo superior, según la decisión que tome y la actitud con la cual la tome. Porque si las poblaciones resisten, sabotean o aceptan a regañadientes las medidas de ayuda, nos deterioraremos como humanidad. En tanto que, si abrazaran esas medidas por motivaciones trascendentes, que van más allá de cada uno y de su interés individual, habremos escalado un peldaño en la calidad de nuestro ser.
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