Facilitadores y facilitación

Hace cuarenta años, eran abundantes los jefes que creían que bastaba la autoridad para conducir personas en el trabajo. Cierto que, desde antes, ya existían aquellas joyas de jefes que por ser muy adelantados poblaban su tarea de elementos de facilitación. Facilitar es convertirse en un catalizador de la energía creativa, del entusiasmo por producir, de la necesidad de crear y de expresarse que son distintivos de la naturaleza humana. En vez de empujar a lograr resultados, el facilitador les abre camino, tira de ellos, apoya en el despliegue de lo que puede llegar a ser.  

Mi primer contacto con el término fue en el NTL Institute, tal vez en 1979 en lo que entonces se denominaba un T Group y el cual algunas veces se denomina grupo de crecimiento. Se trata de un encuentro vivencial intenso, de unas 40 o 50 horas en plan de internamiento con el objetivo de explorar formas de comunicación y convivencia constructiva. Al coordinador de esa experiencia vivencial se le denominaba facilitador.  

Desde entonces me pareció que el término se podía extender a otros roles importantes en el desarrollo de personas: padres, maestros y terapeutas. La contribución principal de estas funciones no es empujar, sino mostrar caminos, entusiasmar, acompañar. Lo que hoy llamaríamos, facilitar. No menciono a los coaches porque su rol se transfirió de actividades estrictamente deportivas, a otros ámbitos en los cuales se formalizó mucho después.

¿Cuál es el fundamento ético de la función de un facilitador? Porque por ahí hay que empezar.

Ve a la otra persona como un fenómeno merecedor de respeto. Reconoce y acepta los rasgos de su individualidad. Y sabe que la aceptación de esos rasgos por parte de esa persona es un paso clave en su desarrollo. Siente por ella empatía. Reconoce que desconoce su potencial y que posiblemente también le sea desconocido a ella, pero apuesta a que ese potencial es ilimitado. Quiere que ese potencial se despliegue. Cada soldado lleva en su mochila un bastón de mariscal, decía Napoleón.

¿Y hasta dónde ha de llegar el facilitador en esta dirección ética, de valores? Baste esta historia. Investigadores de una universidad fueron a visitar a una maestra de un barrio casi marginado porque habían encontrado que sus exalumnos, se distinguían de los otros de esa escuela por haber obtenido mejores resultados en su vida y evitado males sociales que aquejaban al resto. La buscaron para preguntarle qué metodologías didácticas había utilizado que tan buenos resultados había producido. Ante la pregunta, la maestra, ya retirada, miraba al cielo buscando una respuesta a la altura del rango de la investigación, pero no la encontraba. Finalmente, respondió: ¿Metodología? ¿Metodología? No. No recuerdo. Solo recuerdo que a todos los quise mucho.

Claro. El amor es omnipotente. Un día se lo verá como otra fuerza de la naturaleza, como la gravedad o el electromagnetismo. Por ahora, como humanidad, sabemos más sobre gravedad y electromagnetismo que sobre amor. Pero eso se resolverá cuando avancemos hacia otros niveles de conciencia.  

¿Y qué hace un facilitador? Deja ser al otro. No lo manipula ni lo dirige. No le da órdenes ni lo arenga. Lo deja ser. El facilitador no tiene un plan sobre el desarrollo del otro. Simplemente ayuda de diversas formas -silencios, preguntas, incitaciones, visión- a que el otro despliegue su potencial. 

En esta dimensión, por años me ha guiado el siguiente pensamiento de Khalil Gibran en El Profeta:

Ningún hombre podrá revelaros nada sino lo que ya está medio adormecido en la aurora de vuestro entendimiento.
El maestro que pasea a la sombra del templo, rodeado de discípulos, nada da de su sabiduría, mas sí de su fe y de su ternura.
Si es verdaderamente sabio, no os convidará a entrar en la mansión de su saber, sino antes os conducirá al umbral de vuestra propia mente.

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