Aquí empieza el mar

Las tapas de alcantarilla de San Isidro de Heredia, pueblo tan bello, tienen fundido este letrero: aquí empieza el mar, lo cual es una lección de ecología. Excelente forma de manifestar la conciencia de que la distancia es relativa. Y también una manera de alertarnos sobre la interdependencia entre nosotros y el ambiente. Es más probable que cuidemos el mar si nos recuerdan que está cerca que si lo imaginamos lejano y ajeno o lejano y de todos, vale decir, de nadie. Esta basura que dejamos tirada en la acera finalmente llegará al mar, y el mar, es nuestro y de los nietos de nuestros nietos.

Pienso que, como animalitos, estamos diseñados para el presentismo, para el aquíismo y para el egocentrismo. Puesto que un llamado supremo de nuestra naturaleza es a sobrevivir, y como los peligros más significativos son los de ahora y los de aquí, para el sálvese quien pueda, nos basta con salvar el pellejo ante las amenazas que enfrentamos en este momento y a un metro de distancia.

Pero no somos solo animalitos. Tenemos trazas sólidas de racionalidad. Podemos elegir con relativa libertad. Y por ambas características, somos responsables, es decir, sabemos que se nos puede pedir cuentas y nosotros mismos nos las pedimos.

Lo que hacemos y lo que decimos, inicia aquí y ahora un recorrido que los llevará hacia allá, hacia entonces y hacia otros. En cada acto o dicho, estamos creando una pequeña onda en el estanque, la cual se irá expandiendo. Eso le da a nuestra cotidianeidad, una dimensión que entusiasma. Formamos parte de una trama altamente compleja y dinámica. Tenemos una gran posibilidad de influir, de generar, de contribuir. No somos seres aislados o anodinos. En lo relacionado con la moralidad de nuestros actos, con nuestros intercambios afectivos, conviene estar conscientes de que, en cada uno de nuestros momentos singulares, aquí empieza el mar. Si hemos de cuidar el impacto de nuestros pensamientos, dichos y actos, el momento de cuidarlos es este, porque luego iniciarán su recorrido hacia los otros, hacia el mar. Todo lo que pensamos, decimos y hacemos, deja huella, se convierte en historia para alguien. Y somos responsables de esos frutos.

Cada vez que alguien nos pide algo o que nos encontramos con alguien, podríamos decirnos esta es una oportunidad de ser empático o solidario, o amoroso. En eso consiste el tan predicado amor al prójimo, el cual entenderíamos mejor si reconociéramos que su raíz etimológica es amor al próximo, a quien está más cerca.

Si nuestras acciones se basaran en la conciencia de que aquí empieza el mar, cuidaríamos los bienes públicos como propios. Tendríamos presentes en nuestro trabajo a quienes se podrían beneficiar de él. Y no dividiríamos el mundo entre conocidos y desconocidos o entre cercanos y lejanos, sino entre conocidos y aún desconocidos, y entre cercanos y otros por ahora lejanos.

Cualquier gesto, cualquier comentario, cualquier atención o indiferencia con otros tendrán consecuencias. Lo mismo que la ilusión, el entusiasmo, el apoyo a sus iniciativas saludables, aunque al final la iniciativa resulte estéril. Hay que apostarles a cien cosas que no darán fruto, para encontrarnos con una que sí lo dé.

Aquí empezaría el mar si reconociéramos el futuro de lo que empieza en nosotros. Albores de virtud. O primeras señales de una mala práctica o un mal hábito. Tendría consecuencias tomarnos en serio alguna de las múltiples ideas de mejoramiento que escuchamos por ahí.

Si cada vez que sentimos un poco de ansiedad, estrés, temor, reflexionáramos en lo que se podrían convertir. Si consideráramos que la atención, la auto-observación, la auto-reflexión elementales podrían llegar a niveles importantes. Si entendiéramos en lo que se podrían convertir algunas plántulas como la actitud de crecimiento, la curiosidad, los brotes de iniciativa.

Aquí empieza el mar. Miremos el día de hoy y digámonos, aquí comienza el futuro.

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