Auto-impuesto

Dice el Estado de la Nación que la brecha socio económica, las profundas diferencias entre el ingreso de unos grupos de población y de otros en Costa Rica, entraña un debilitamiento del pacto social. Ese pacto es fundamento de nuestra vida comunitaria como nación.

Un pacto social, satisfactorio a su medida para todos, nos da unidad, metas comunes, alicientes para continuar apoyando nuestro desarrollo, el cual ha sido en el pasado, una historia de éxito. En cambio, su debilitamiento nos desmorona. ¿Qué es una migración por razones económicas sino el desmoronamiento de una nación? Basta recorrer nuestras calles céntricas para encontrar señales de desmoronamiento de otras naciones cercanas. La migración consiste en lanzarse a recorrer caminos fuera del país en busca de oportunidades. La migración política, la vemos en los actos de abstencionismo electoral: no nos da la gana votar. Para nosotros nada mejora, aunque nos lo ofrezcan. La migración emocional es el desenamoramiento. Durante siglos hemos vivido con cariño bajo este azul del cielo, labrando con anhelo dichoso porvenir. Si eso se debilita, nos debilitamos como nación. En mala hora, porque además nos hemos venido labrando una posición como país que puede exhibir unos rasgos ejemplares al mundo. Debilitarnos ahora que jugamos en otras ligas sería un fracaso histórico.

¿Por qué es importante que no haya excluidos? Imaginemos un sistema telefónico en el cual existan unas terminales o aparatos de baja calidad. Habría personas con quienes no podemos comunicarnos. El sistema habría perdido calidad. Imaginemos un país en el cual unos hablen una lengua y otros otra totalmente diferente. O un país donde unos sueñen sueños que los impulsen y otros sueñen sueños que los opriman. Este país habría perdido. Se habría partido. Y partirse es el primer paso para desmoronarse. La pandemia mostró que de poco sirve la salud de una persona, si el resto de la población no está saludable.

Posiblemente a razonamientos como los anteriores responde el artículo 50 de nuestra Constitución Política que dice que el Estado procurará el mayor bienestar a todos los habitantes del país, organizando y estimulando la producción y el más adecuado reparto de la riqueza.

Una de las formas que se utiliza para el cumplimiento de ese artículo son los impuestos, dedicados a producir obras de beneficio público, como una carretera o de beneficio específico como un programa de atención directa a familias en estado de pobreza extrema. Y como me parece ver los gestos de duda, de sorna, de insatisfacción de los lectores, he de decir que una de las responsabilidades graves de quienes ejercen funciones públicas de alto nivel, es extremar el cuidado en la recaudación de impuestos y en su utilización eficaz.

Durante la última gran reforma fiscal, se dijo desde muchas tribunas que el nivel de impuestos del país ya ha llegado a su límite. ¿Qué haremos entonces con la atención a quienes siguen excluidos? Los ciudadanos podríamos imponernos la obligación de contribuir. Es lo que hacen algunos que voluntariamente atienden a familias o personas necesitadas. Sería beneficioso generalizar tal práctica. Y una forma de hacerlo consistiría en crear un mecanismo para hacer donaciones a una escala nacional. Pensemos en los mecanismos que utilizan algunas cadenas de supermercados, según los cuales, existe información en las cajas sobre la posibilidad de hacer una donación con un determinado fin social. Pensemos en la mejora de esos mecanismos, en la forma de opciones múltiples a las cuales los donantes pudieran dirigir sus donaciones (vivienda, alimentación, salud, ancianos, niños, hogares uni-parentales, tragedias climáticas, etc). Si eso se ampliara a todas las cajas, de todas las empresas del país, podrían obtenerse sumas significativas.

¿Cómo se utilizarían esas donaciones voluntarias? Se las podría utilizar mediante los mecanismos oficiales existentes. O se podría iniciar de esa manera, pero ir desarrollando mecanismos público-privados o únicamente privados que fueran más eficaces que los oficiales.

En el acto de elegir sobre si hacer o no hacer este pago voluntario, habría una hora de la verdad. Se decidiría si se lo puede hacer, en qué proporción o si no se lo puede hacer. Algunos podrían examinar si la misma naturaleza de su gasto los mueve a donar. Podría ser que comprar arroz nos moviera menos que comprar champaña.

Ante un impuesto obligatorio no podemos elegir entre pagarlo y no pagarlo. Pagar impuestos para contribuir al bien común no nos hace mejores éticamente. Pagar un impuesto voluntario sí nos mejoraría éticamente. Implicaría que nos estamos excediendo, que somos más sensibles a la interdependencia con y a las necesidades de los demás. Sería un acto de generosidad, que nos enriquece más que el cumplimiento de una obligación ante la cual no hay escapatoria.

Lo anterior, deja planteada una seria pregunta ¿Existirá una disposición a donar que no encuentra mecanismos cómodos para manifestarse? ¿Cuántas necesidades se podrían atender con soluciones como esta? Ojalá, la idea esbozada pueda ser superada por otras mejores. La planteo en este mes en que algunos nos damos tantos gustillos.

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