Resultados de calidad

Estamos en la primera ronda del Mundial de Futbol en Qatar. El miércoles 24 de noviembre España derrotó a Costa Rica 7-0. Lo sentí como un golpe de realidad. Me dolió como me duelen los fallos del país. Muchos conocedores mostraban profunda extrañeza porque a su juicio, el desempeño de la Sele pareció más bien un accidente que una muestra de lo que es capaz de hacer. Mi conocimiento de la materia no me alcanza como para sugerir cambios. Sí acojo la opinión de otros entendidos de que, al país, hace muchos años, le hace falta diseñar y ejecutar un proceso de mejoramiento permanente.

El jueves amanecí con unas ideas sobre esta nota, entreveradas entre sueño y vigilia. Hoy domingo, cuando las utilizo para escribirla, lo hago después de la levantada a las 4; del primer tiempo que me resultó ampliamente satisfactorio; de irme a dormir con la sensación de que había acompañado a la Sele a lavarse la cara, a jugar un primer tiempo que sin importar el resultado final, ya era un triunfo.

Vuelta a dormir y vuelta a despertar con unas tímidas palmas que a otra hora hubieran sido saltos y gritos. Regreso a la pantalla para ver la repetición del tiro de Fuller convertido en gol. Costa Rica 1, Japón 0.

Desde que éramos colegiales, sabemos lo que es dejar los pelos en el alambre; pasar raspando; que la prueba contenga preferentemente lo que mejor sabemos; o que no toque aquel tema que nunca entendimos con claridad.  Si entonces sacamos nueve o diez, nunca sentimos lo que ahora se denomina autoeficacia, que según la Wikipedia es la creencia individual en nuestra capacidad para accionar de la forma necesaria para alcanzar metas específicas. Diría que es la convicción de que tenemos lo que es necesario para lograr algo.

Para emprender cualquier proceso de mejoramiento lo primero que hemos de hacer es señalar algunos criterios para calificar la calidad de los resultados. Esto aplica a procesos de mejoramiento futbolístico y de otros mejoramientos cuya necesidad salta a la vista. Escribo entonces para dirigentes, futbolistas, políticos, gente de empresa, estudiantes y público en general.

Un primer criterio es el de suficiencia. No basta con un poco. El resultado tiene que ser suficiente, apenitas o casi casi, no constituyen un resultado de calidad. Hay que superar la meta estrecha, ir más allá, más arriba. Ese es el significado de la palabra excelsior.

 La meta no ha de ser unidimensional. La meta no es ganar el año. No es quedar bien. No son las ganancias del período fiscal. No es ganar las elecciones.  Se han de lograr otras metas además de las anteriores que son obvias. En las empresas queremos las ganancias, pero queremos también el desarrollo organizacional: terminar el período con una empresa más competitiva, que sea un mejor ejemplo de contribución al bien común, que desarrolle a su personal, que ayude a elevar la eficacia de la cadena de valor de la cual forma parte, que impulse hacia arriba el nivel de conocimiento tecnológico. Para las personas no basta con la promoción, escolar o laboral. Hay que ampliar la red de relaciones, aumentar la sensibilidad, ampliar la conciencia que tenemos sobre la realidad en la que estamos metidos.   

El logro hay que obtenerlo sin crispación, sin ansiedad, sin oprimir a nadie, sin ninguna duda de falta ética. Un diez cuando el estudiante copió de un compañero, no es un resultado de calidad. Tampoco lo es el diez de quien sacrificó sus ejercicios físicos y su vida de relación. Un triunfo ignominioso en una final de campeonato mundial el cual luego de manera decadente se atribuye a la mano de dios, no lo es.  El éxito cuando se logró a costa de una disciplina cuartelaria que violó la espontaneidad y produjo estrés a diestra y siniestra, tampoco lo es.

Ha de accionarse sin alharaca. Con humildad. Con realismo que esa es una de las patas de la humildad. Reconociendo nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Sin sentirnos la mamá de Tarzán. Pagamos un costo por ser excelentes, pero sentimos que ese pago se justifica y lo hacemos gustosos. Sin omnipotencia, es decir sin que nos parezca indeseable todo el esfuerzo que hay que poner. Sin pensar que ninguna de nuestras virtudes sea milagrosa. Con la convicción de que el logro tenemos que producirlo golpe a golpe.

El resultado de calidad debe ser repetible. La chiripa no es un resultado de calidad. El buen resultado debe crear un método, un camino. Tener éxito pero no saber cómo repetirlo, es una falta de calidad. Por eso muchas veces los mejores éxitos son los que se han logrado después de mucha experimentación, después de muchos intentos fallidos. Se sabe más cuando se sabe cómo lograrlo y cuáles fueron los caminos para no lograrlo, que cuando se sabe cómo lograrlo porque se lo logró a la primera.

Para que el resultado sea repetible debemos ser capaces de explicar por qué ocurrió lo que ocurrió. No debe quedar ninguna duda de que no fue por casualidad. Ya sé que existen cajas negras, partes del proceso donde ignoramos qué ocurrió, pero demasiadas cajas negras o cajas negras muy grandes, le restan utilidad a la explicación.

El proceso por el cual se logró un éxito de calidad debe tener disposición a la transparencia. No tenemos temor de que nos copien porque sabemos que podemos innovar para superar a quienes nos copien.  No necesitamos patentar u ocultar el procedimiento, porque estamos seguros de seguirlo superando, porque controlamos sus fuentes. Conocemos la dinámica que producirá éxito permanente, hemos creado los mecanismos que garantizan la repetición del buen resultado, y ambos, la dinámica y los mecanismos forman parte de la cultura personal, empresarial o nacional del ente de acción.  Y no queda duda de que  no estamos ante un aprendiz de brujo sino ante una entidad de acción excelente.

Nunca más volver a decir, no sé por qué este año los tamales quedaron tan bien. O ¡Cómo sería que hicimos para ganarle a Japón!

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