Eficacia pública y privada

En el mes de mayo publiqué un libro titulado Acción Humana Eficaz, edición para diputados. Mi intención era homenajear a la nueva Asamblea Legislativa. Desde entonces pensé en la utilidad que podría tener una versión aumentada dirigida a quienes ocupan los puestos ejecutivos más altos de la Administración Pública o de las empresas privadas. Esa edición pronto será puesta en circulación por la Academia de Centroamérica. De esta publicación no habrá versión digital, de la edición para diputados sí la hay y está disponible en la página en la cual se publican estas notas semanales y en la de Academia.

El libro pretende ser una caja de herramientas, no de conceptos. Las describo y creo que expongo su uso. Pero las herramientas no son para hablar de ellas. Son para utilizarlas. El lugar de las herramientas no es una cátedra tradicional. Es más bien un taller demostrativo. Mejor que eso. El mejor lugar para una herramienta es la circunstancia real a la cual se enfrenta quien haya decidido utilizarla.

Todas las acciones tienen un determinado nivel de eficacia. La Asamblea Legislativa, el Poder Ejecutivo son órganos de acción. Tienen también un determinado nivel de eficacia. Esto es así. Así es la realidad. Pero lo que debería hacernos saltar del asiento es que la ineficacia tiene un costo. Y el costo es trascendente. Va más allá del tiempo presente. Y afecta a más personas que las que ingenuamente creemos. La postergación de una buena reforma o la menor calidad de la que finalmente fue aprobada causa un déficit en los beneficiarios eventuales que se la pierden por meses o por años. Y ellos siguen desarrollando sus vidas, pero en su historia, quedará la señal del boquete que les hizo no poder disponer antes de la reforma o no haber podido disfrutar de una reforma de mayor calidad. Y como los beneficiarios eventuales tienen hijos, vecinos, colaboradores, estos sufren un perjuicio de segunda generación. La ineficacia tiene un costo. Y ese costo se proyecta hacia el futuro. En lidiar con eso reside el valor del trabajo de un buen miembro de la administración pública.

Venimos de un mundo con muchas holguras. Pero eso y nosotros, estamos cambiando. Vea usted si el mundo en el pasado tenía holguras, que por decenios no tuvimos noción de la contaminación ambiental. Ahora, no solo somos sensibles al tema, sino que ya estamos mirando el reloj que camina hacia atrás y que avanza hacia la hora en la que el daño será irreversible. Venimos de un mundo – lo leí por ahí- en que un litro de bebida carbonatada tenía un precio más alto que un litro de gasolina.  ¿Qué nos ha hecho sensibles al cuidado del ambiente? ¿Qué nos hace aversos al consumo de gasolina? La humanidad avanza, se sensibiliza, se desarrolla, va llegando a otros niveles de conciencia. Eso eleva tanto la disponibilidad a contribuir por parte de los funcionarios públicos, como las expectativas que tenemos sobre ellos. Nada le impide a un diputado o a un ejecutivo público aspirar a ser más eficaz. Y nada les impide a los habitantes aspirar a tener funcionarios públicos más eficaces. Nada le impide a un funcionario público de alto nivel tener como modelo a un estadista y no a un politiquero. Si eso se generalizara, hablaríamos menos de la clase política, y más de la política con clase.

La aspiración de los políticos, a ser estadistas podría establecer un modelo pedagógico: todos querríamos ser así de distinguidos y llegar a tener tal categoría.  O sea que tal aspiración, además de aumentar la eficacia del congreso y del poder ejecutivo, sería una fecunda clarinada de superación la cual, convertida en objetivos nuevos para la población, arrastraría al país hacia destinos más cercanos a los que por historia y rasgos merece.

Miro lo que nos rodea. El mismo yigüirro que vi de niño. La misma mata de tomate que plantaba el hortelano. Pero el ser humano es un ser para el despliegue. Es un pro-yecto, un fenómeno lanzado hacia adelante, pero con una tendencia hacia el mínimo esfuerzo. Por eso, cada uno nos hemos construido una zona de confort. Ahí la vamos pasando, economizando esfuerzo, economizando energía, distrayendo sueños, no sea que lleguen a encendernos el alma y nos pongan de nuevo en camino. Por un minuto, por una hora, por un día, salgamos de la zona de confort a ver qué pasa. Imaginen la noticia recorriendo el mundo: En Costa Rica, un funcionario público de alto nivel, o diez o veinte, se salieron de la zona de confort y están haciendo que su país despliegue todo su potencial.

La eficacia es contagiosa. Cuando una empresa se compromete con ella, en un inicio, no todos son eficaces. Un grupo líder comienza a mejorar la eficacia y luego todo el personal llega a estar imbuido de esa aspiración y la empresa salta de nivel, se convierte en una empresa de clase mundial. Lo digo porque lo he visto.

Abandonemos la creencia de que acción y resultados tienen entre sí una relación lineal. Entre pulsar una tecla y obtener una nota sí que hay una relación lineal. Un piano es un mecanismo. Pero los países, los congresos, los ministerios, las instituciones públicas, las empresas privadas no son mecanismos. Son organismos. Pulsar la tecla puede dar lugar a un florecimiento impensado. Lo vivo, los organismos, no economizan en respuestas. A un árbol le bastaría con una semilla para dar vida a su reemplazo. Pero produce miles. Los países, las empresas son complejos organismos, portentosos pianos en los cuales pulsar una tecla podría dar lugar a una sinfonía.

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