Después de siglos de capitalismo, de siglos de educación superior, la humanidad sigue siendo flagelada por problemas milenarios como el hambre, la guerra, la peste, la pobreza. ¿Qué ha ocurrido con todo el talento que se ha creado en las universidades e institutos tecnológicos del mundo?
La agenda de la UNESCO para la próxima década, relacionada con la educación superior, consiste en repensar las tres misiones de esa actividad: formar, investigar, diseminar. El empeño es formar ciudadanos globales debidamente apertrechados para enfrentar la complejidad. Estos profesionales no tendrán, según UNESCO, solamente capacidades técnicas, sino que estarán muy conscientes de su compromiso social, de sus responsabilidades éticas y estarán comprometidos con el desarrollo sostenible.
Para ello habrá que migrar desde unos paradigmas tradicionales y cultivar otros novedosos que dinamicen la eficacia de la educación superior. A continuación, elaboramos sobre esas transiciones.
De los silos disciplinares al holismo transdisciplinario. Se trata de formar profesionales con capacidad de aportar al trabajo con otros profesionales para lidiar con problemas complejos. Nada más pensemos: el problema del agua en una región, ¿Es un problema para especialistas aislados en hidráulica, de especialistas en salud pública, de expertos en construcción de depósitos y conductos, de urbanistas, de financistas, de futurólogos, de ecólogos? No es difícil responder que el encargo es para resolverlo de manera transdisciplinaria.
De la admisión con ánimo excluyente a la educación superior como derecho. Habrá que abandonar las estructuras y procedimientos que excluyen a múltiples candidatos potenciales al beneficio de la educación superior. La igualdad de oportunidades se ve frustrada porque muchos son excluidos por características que se deben a su procedencia económico social. Casa sin libros, madre analfabeta. Hay que ponerse en camino hacia convertir la educación superior en un derecho universal. Esto para robustecer el progreso hacia una sociedad del conocimiento lo cual es vital para nuestra supervivencia como civilización. Las instituciones de educación superior estatal tienen que contar con una élite de pensamiento como cuerpo académico, pero deben ajustar sus operaciones para optimizar su función de igualadoras de oportunidades para los estudiantes. La academia debe ser una élite. La población estudiantil no. ¿Cómo se le va a exigir lo mismo en el primer año universitario a un bachiller de un estupendo colegio privado que a uno procedente de un colegio público de una zona o de una familia de bajo nivel socio cultural?
De la terminalidad a la educación permanente. Debemos abandonar el paradigma de que el título universitario le pone fin a la formación profesional. Está de sobra dicho que la velocidad a la que crece el acervo de conocimientos y la complejidad de los problemas hace necesario el aprendizaje permanente. Por eso es que la competencia más potente que podemos adquirir en nuestra educación formal es la capacidad de aprender. La universidad que gradúa a sus estudiantes sin asegurarse de que tienen actitudes y destrezas para el aprendizaje permanente, no está haciendo bien su tarea. Y ese debería ser un foco de atención preferente de las agencias acreditadoras.
De la indivisibilidad e inflexibilidad de las carreras a las micro-credenciales. Actualmente nadie puede cursar un octavo de la carrera de ingeniería civil. Pero ya está siendo necesario que abogados, informáticos, administradores, arquitectos y otros profesionales, puedan enriquecer sus carreras con octavos de conocimientos significativos de otras disciplinas. Para eso sirven las micro-credenciales, los nano-grados como se denominan en inglés. Si el mundo moderno demanda la interdisciplinaridad y hacer dos carreras es costoso y tres mucho más, las universidades van a tener que rediseñar sus productos de manera que el estudiante pueda, a un bajo costo marginal redondear su primera carrera con dosis significativas de otros campos disciplinares para elevar la potencia de sus aportes. Más aún. ¿Quién garantiza que en el futuro no habrá estudiantes que quieran diseñar su propia carrera? ¿O que haya estudiantes que no valoren el diploma de graduación sino la formación lograda a través de un conjunto de partes de carreras? Dejo volar la imaginación y planteo que cuando los diplomas dejen de tener el valor que tienen, las instituciones de educación superior tendrán que buscar otras formas de crear valor. Y cuando se popularice el aprendizaje en línea, la competencia para esas instituciones va a crecer amenazadoramente. Entonces también, tendrá que replantear su forma de crear valor. Pero eso es tema para otro día.
De los contenidos a las competencias. Miren qué metáfora tan clara. Imaginemos que estamos enseñando a los estudiantes a nadar. El profesor da sus clases sobre cómo nadar. Todos los estudiantes tienen un texto soberbiamente ilustrado. Se les proyectan videos. Se les hacen los consabidos exámenes sobre los contenidos tratados. ¿Los estudiantes que aprueban el curso serán capaces de nadar? Cuando en un curso enseñamos a nadar, lo que queremos no es que los estudiantes puedan explicar cómo se nada. Los queremos ver nadando. La educación formal superior ha puesto su énfasis principal en los contenidos, en los conceptos. Y menos en la creación de competencias. ¿Qué hace una escuela de negocios para desarrollar destrezas de liderazgo, por ejemplo? Aquí, una de las dificultades es la de cómo evaluar competencias. Pero, esa dificultad, no debe ser una razón para no asumir el desafío de desarrollarlas.
Esto que queda anotado es una trenza entre mis reflexiones y lo que de manera brillante planteó en estupenda conferencia magistral el Dr. Francesc Pedró, Director del Instituto Internacional de la UNESCO para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (IESALC). Lo hizo en el marco de la ya tradicional actividad académica anual de SINAES, la Cátedra Enrique Góngora Trejos, auspiciada por esa agencia acreditadora desde hace 14 años, la cual tuvo lugar el pasado 21 de octubre, y contó con la participación de 675 académicos de 23 países.
Otros artículos relacionados