Me suena, me suena

Recuerdo cuando conocí el término resistencia al cambio. Antes siempre había presenciado el fenómeno, pero como no lo podía nombrar era como si su existencia lo fuera menos. Una vez bautizado, vino la inflación de su uso: se lo aplicábamos a lo que correspondía y a lo que no. Luego, un día, me di cuenta de que la resistencia al cambio no es una posición absolutamente negativa. Resistir al cambio nos garantiza que conservaremos lo funcional, lo que sirve, lo que es bueno. A eso le llamamos estabilidad y sabemos que las cosas, los organismos, las situaciones, las comunidades, las personas, se benefician de conservar lo que es bueno. Pero a la vez, también tenemos que reconocer que cambiar lo ineficaz, lo perjudicial, lo malo, es buena cosa. El truco, como en muchas otras situaciones, es decidir cuándo sí y cuándo no.

¿Cómo nos enfrentamos al cambio? He escuchado a la gente reaccionar según la siguiente gama de respuestas: me suena; me gusta; lo quiero; lo deseo; tiene sentido para mi vida; vale la pena. Decimos me suena cuando no encontramos razones para oponernos a la posibilidad de cambio. Tampoco encontramos razones como para aplaudir el cambio posible. Estamos en el umbral de la decisión de cambio, de la cual podemos retroceder si soplara cualquier vientecito en contra. No tengamos esperanza de que quien dice que el cambio le suena vaya a ser un buen aliado en las adversidades que el proceso enfrentará.

Luego están quienes manifiestan que el cambio les gusta. Como la frase se encuentra a un nivel tan sensorial, uno podría preguntarse si les gusta más o menos que un helado de vainilla. Algunos procesos de cambio comprometen tiempo, energía, prestigio, y entonces no querríamos tener aliados que al decir me gusta, nos hubieran dado la respuesta desde la escala de la valoración de los helados.

La cosa empieza a ser seria cuando alguien nos dice que quiere el cambio propuesto. Ahí ya comienza a implicarse la voluntad. Ya podríamos esperar que quien tal cosa dijo, tenga la resolución de empezar a caminar el camino del cambio.

Los grados de posición ante el cambio comienzan a ser serios cuando nos dicen que el cambio es deseado. Lo que queremos lo podemos olvidar. Un viento en contra todavía nos puede hacer abandonar. Pero si lo que tenemos es deseo de lo que el cambio implica, se puede esperar que haya más disposición a invertir energía en la tarea.

Las respuestas que constituyen garantías para un proceso de cambio comienzan con esto tiene sentido para mi vida. Esa respuesta ya no viene desde lo sensorial sino desde lo ético. Compromete nuestra solidaridad con nosotros mismos. Sitúa las fallas de cumplimiento en el terreno de la auto zafada de tabla, cosa seria y destructiva. Siempre recordaremos en el futuro la iluminación que nos hizo ver algo como relacionado con el sentido de nuestra vida, y la forma en que dejamos escapar la oportunidad de haber puesto músculo y entendimiento en pro de lograrlo.

Que algo tenga sentido para nuestra vida se puede abreviar diciendo que vale la pena.  Y esta abreviatura es lo que debemos utilizar como test de lo que se puede esperar de quienes se matriculan en el proceso de cambio. Y utilizarla también para cuando en los rigores de las adversidades del cambio, asome por ahí la tentación de abandonar. Vale la pena es la cafeína que nos debe hacer volver al empeño, redoblar esfuerzos, aplicar más medios, blindar el ánimo.

La conducción de procesos de cambio debe respetar la realidad. No todos, tal vez ni siquiera muchos, darán originalmente la respuesta de que vale la pena. Tampoco debemos desanimarnos de si muchos se encuentran en la posición de me suena. Hay que saber que las posiciones originales van a cambiar. Que hay que accionar no con el espejismo de que la posición favorable al cambio va a ser unánime, sino con el realismo y la perseverancia para lograr que del me suena, algunos se trasladen al me gusta, y que se vaya formando una masa crítica en torno al vale la pena. Estas masas críticas convencidas, decididas, comprometidas son las que han logrado todo lo valioso que miramos a nuestro alrededor en las familias, las empresas, las comunidades, los países.

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