Lo he dicho muchas veces. Una piedra es una piedra, lo ha sido y seguirá siéndolo por mucho tiempo. Lo mismo un ladrillo. Supongo que habrá una jerarquía en el ser: ser piedra es una cosa, otra muy diferente es ser rosal, ser gato, ser mujer. Hasta hoy, en el universo, los únicos depositarios conocidos de inteligencia racional somos los seres humanos.
El ser humano es capaz de encontrarse con otros seres vivos o inertes y mejorarlos en función de sus necesidades. Lo que llamamos un invento es un mejoramiento. Los componentes del cemento estaban por ahí antes de su invención. Mezclarlos y tratarlos ha permitido todo lo que hemos podido hacer con cemento, bueno y malo. Hemos domesticado animales, convertido desiertos en vergeles. Unos seres humanos han desarrollado a otros. Civilizar es ir creando conceptos y normas que nos eleven. El troglodita belicoso era una versión inferior de quienes hoy buscan la solución de la crisis climática o un mejoramiento de la gobernabilidad mundial.
Estamos hablando de desarrollo personal, pero el término me suena como muy burocrático. Prefiero el término despliegue. La palabra, según la RAE designa la idea de extender lo que está plegado. Y asociar esta idea con extender las velas de un navío, me conduce a una imagen que me resulta más plástica e incitante. La RAE también consigna la acepción de aclarar y hacer patente lo que estaba oscuro o poco inteligible. Gran desafío para los educadores. Gran confirmación para Kenneth Blanchard, quien en uno de sus libros me conmovió designándose a sí mismo como un desarrollador de seres humanos.
El despliegue del ser humano encuentra en el dictum de Abraham Maslow lo que a mi juicio es su mejor explicación: lo que alguien ha de ser, eso sea. De manera que no hay forma de definir lo que un ser humano desplegado ha de ser. Todos somos más o menos iguales biológicamente. Todos hemos de ser iguales en cuanto a derechos y respeto merecido. Pero nuestras circunstancias múltiples son diferentes y eso nos ofrece oportunidades diversas de despliegue. La aspiración no ha de ser todos de cien. Algunos solo podrán ser de ochenta. Otros quedarían debiendo si no llegaran a ser de ciento veinte. En el pasado se hablaba de vocación, palabra que etimológicamente quiere decir “llamado”. Pienso más bien en predisposiciones. Tenemos cada uno, singulares aptitudes o rasgos. Singulares y sumamente influyentes son nuestros gustos lo mismo que nuestros valores, es decir, lo que consideramos deseable. De ahí que seamos, cada uno un fenómeno irrepetible que puede desplegarse de múltiples diversas formas.
¿Y hacia dónde conducir el despliegue del ser propio y de otros? Hay que hacerlo en libertad porque cada uno tiene un conjunto de potencialidades singulares. Somos singulares. Somos diversos. Hay que hacerlo sin un plano. En actividad tan compleja y tremenda, hay que reconocer la ignorancia y estar abierto a lo que no se ve, a lo que vendrá más adelante en el camino. La educación sería entonces, no una ingeniería de ferrocarriles por los cuales se habrá de transitar, sino una plataforma de lanzamiento de naves espaciales para ponernos y ayudar a poner a otros rumbo a las estrellas.
El despliegue del ser se ha visto influenciado por nuestro modo de producción. Existe el sesgo de promover y apostarle al desarrollo con fines productivos. Se habría oscurecido el disfrute estético de la humanidad, si Beethoven hubiera sido inducido y hubiera cedido a esa presión, y se hubiera convertido en maestro cervecero o salchichero. No ignoro que el sesgo por el desarrollo productivo le ha dado a la humanidad otras apreciables posibilidades. Pero me niego a aceptar que no sea posible otro modelo en el cual la cadena de condicionamientos se aleje del producir, deje de depender del consumismo, se piense más en contribución que en acumulación y se sustente más en el ser que en el tener.
Tanto ante el propio despliegue de nuestro ser y más aún ante el de otros, deberíamos proceder con respeto y reverencia porque las potencialidades de cada ser humano nos son desconocidas e infinitas. Es un intento fallido tratarlas desde la limitación de nuestro conocimiento, o desde la perspectiva mutilada que reduce las posibilidades del ser humano a unas pocas dimensiones.
¿Y qué hacer con nuestro propio despliegue que está en marcha? Abordemos el tema con mentalidad de crecimiento. Nuestras limitaciones son susceptibles de cambiar. Los rasgos que hemos cultivado no son todos los que tenemos. Las fortalezas que percibimos no son todas las que somos capaces de desarrollar. Con perseverancia y método somos capaces de irnos elevando. Cultivemos la esperanza. Demos el pasado por pasado y enfoquémonos en el futuro que comienza mañana. Hay sentido en la vida futura, en lo que queda del camino. Agradezcamos la oportunidad que ofrece y esmerémonos por enriquecer lo que haremos.
Pero esta trayectoria no se recorre en soledad. Tenemos la posibilidad de influir en el despliegue de otros. Esa sería una forma de contribuir al bien común y según algunos autores, una forma de aumentar nuestra posibilidad de ser felices. Somos seres sociales. Languidecemos sin interacciones. Y en cada una de ellas hay una oportunidad de apoyar a otros en el despliegue de su ser. Sin predicar, sin intentar enseñar, admirando las singularidades, sobrecogidos ante sus potencialidades cada uno puede ser ocasión de superación para otros.
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