Somos diferentes, genéticamente, por crianza, por la forma como hemos enfrentado nuestras circunstancias. ¿Qué ocurriría si fuéramos iguales? Lo primero es que nos haríamos mentalmente perezosos. Tendríamos mucho menos sorpresas que las que tenemos ahora. Las personas, sus acciones y reacciones serían predecibles y nuestras relaciones interpersonales serían como la geometría: con unos cuantos postulados, todas las relaciones serían predecibles.
¿Y en qué, como se ha dicho, nos enriquecen las diferencias? Imaginemos un sector muy grande del Parque Nacional Braulio Carrillo sin biodiversidad vegetal. Todos los árboles serían iguales. Sería algo tan monótono como una plantación de banano. No habría monte ni charrales, ni lianas, ni enredaderas. Unas plantas no crecerían al amparo de otras. No habría mimetismos ni simbiosis. Ninguna especie imitaría a otra, porque todo lo vegetal sería de una sola especie. Así sería una sociedad sin diferencias. Todos sabríamos lo mismo, pensaríamos lo mismo, aspiraríamos a lo mismo. Se perdería así la posibilidad de crecer, de cambiar que se nos ofrece siempre que vamos presenciando y respondiendo a las diferencias. ¡Cómo nos moviliza la excelencia de otros! ¡Cómo nos inspira la creatividad de los demás! ¡Cuántas veces tomamos de modelo sus aspiraciones y sueños! Esta interacción es fecunda. Posiblemente el constante crecimiento de la especie humana se deba a la diversidad entre personas y pueblos.
¿Cómo enriquecernos con la diversidad? Primero hay que ser neutrales ante la diversidad. El biólogo que se ocupa de insectos, lo hace con total apertura. No hace diferencias subjetivas entre los que hacen daño y los que no lo hacen. Con esa misma neutralidad deberíamos recibir la expresión del otro sin calificarla –buena o mala; me agrada, no me agrada; estoy de acuerdo o en desacuerdo-. A eso en comunicación interpersonal se le denomina aceptación incondicional. La no aceptación implica: así como yo soy deberíamos ser todos. Lo cual contradice la diversidad. La diversidad es un reto. Quien piensa de manera diferente a nosotros es como la cuesta arriba que nos obliga a un esfuerzo especial y de esta manera nos beneficia físicamente. Es como la duda, como el problema, como la adversidad que nos obligan a sacar de nosotros enfoques nuevos, energías adicionales.
En segundo lugar, hay que valorar la discrepancia, la contradicción. La imitación a secas limitaría la posibilidad de ser mejores. Cuando logramos imitar, no somos mejores. Somos iguales. El vigor híbrido de la biología, esa dinámica de mejoramiento, reside en sumar, pero con incrementos, para que dos más dos sean más que cuatro. Me resulta sugestivo pensar que para que la vida cumpla su sentido de afirmarse y extenderse, es indispensable la diversidad. Y para que la vida humana cumpla el suyo, el cual imagino que es el despliegue pleno de su multidimensionalidad, las diferencias son el cimiento de su dinámica.
Esta dinámica de crecimiento es necesaria en la civilización, en los países, en las instituciones, en las empresas, en las comunidades, en las familias, en las personas. ¿Por qué? Porque las circunstancias que enfrentan son cambiantes y no pueden ser enfrentadas con los recursos y las actitudes de ayer. Así que las diferencias y lo que hacemos con ellas nos garantizan una mejor adaptación a las cambiantes circunstancias. Posiblemente sin esa movilización que producen las diferencias nos hubiéramos extinguido como civilización o no estaríamos tan bien adaptados como estamos.