Mantener el rumbo

El tiempo pasa tan silenciosamente y en unidades tan imperceptibles que corremos el riesgo de encontrarnos un día, al final de una etapa importante sin haberla vivido eficazmente. Se puede llegar al final del colegio a brincos y saltos sin haber sacado de esa etapa cosas valiosas. Se puede finalizar una relación laboral sin haber obtenido de ella todo lo formativo y desarrollante que tuvo.

Sahil Bloom publicó hace unas semanas en LinkedIn una idea al respecto. Recomienda hacer una revisión mensual de cómo marcha nuestra eficacia. Para ello, propone que a final del mes -y señala concretamente el último viernes del mes- nos hagamos tres preguntas. La primera ¿qué vale realmente la pena en mi vida? Tenemos tanta capacidad de acción que podemos querer cazar codornices y terminar cazando zopilotes. Nuestra atención es tan polifuncional que igual podemos ponerle atención a un poema de Machado que a un sonsonete que nos aparece por ahí en la radio. El tiempo y la energía son limitados. Si no tenemos claro qué es lo que realmente vale la pena, nuestras horas de vigilia podrían gastarse infructuosamente en acciones de bajo impacto.

¿Qué determina el impacto de un objetivo, de un logro? Bueno, esto cada quien habrá de determinarlo, pero hay reglas elementales que podrían orientarnos en ese sentido. Es preferible invertir que consumir. Es preferible dedicar un rato a algo formativo, que dedicarlo a algo que es simplemente divertido. El ocio puede ser útil. Después de cuatro horas de trabajo, un rato de ocio es restaurador, ayuda a aprender, nos permite ver en otras direcciones. Pero la utilidad de la octava hora de ocio en el día será muy baja. Dedicar mucho tiempo y energía a la diversión, a soñar despierto, a las habladas vacías, nos lleva menos lejos en cuanto a auto-realización que dedicarlos a formarnos, a crear vínculos afectivos, a atender ideales superiores, a contribuir, a encontrar sentido a lo que hacemos.

La segunda reflexión que Bloom recomienda hacer es sobre si nuestras acciones están alineadas con lo que realmente vale la pena. Esto porque saber lo que vale la pena, no es suficiente. Querer no es lo mismo que poder. Querer no es lo mismo que lograr. Saber lo que vale la pena es como tener un plano de la mesa que queremos construir. Pero entre el plano y la mesa, entre las metas y los resultados, se encuentra la barrera del sudor. Una cosa es querer algo y otra echarle ganas. Meterle esfuerzo, meterle tiempo. Esa mesa del plano, para llegar a ser necesita un viaje a la tienda de materiales. Necesita desempolvar las herramientas. Necesita trazos en la madera. Necesita -para algunos- vencer la angustia de que los cortes pueden salir mal. Alinear las acciones con lo que vale la pena, es todo eso y más.

Y finalmente, recomienda Bloom, que hagamos ese examen de si estamos accionando en dirección a lo que vale la pena. Que valientemente tomemos nota de las desviaciones entre lo que creemos que vale la pena y lo que estamos haciendo. Y que con esta constatación, nos hagamos conscientes de esas desviaciones y tomemos medidas correctivas. Sin angustia, sin ansiedad, sin narcisismos heridos, sin perfeccionismos doloridos. Simplemente hacer una cuenta nueva. Olvidarnos de lo que quedamos debiendo, poner el contador en cero, y llenarnos de esperanza por el tiempo que queda por delante.

Festejo la claridad y la sencillez de Bloom. Lo que ha dicho es una lección de eficacia, útil en el ámbito personal y útil también en otros ámbitos más festoneados, como a nivel de empresa o a nivel gubernamental. Chicos: practiquen esto. Y convérsenlo con sus padres que ocupan posiciones ejecutivas. Encontrarán rico tema de conversación con ellos.

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