La lamentable muerte del joven Marco Calzada Valverde, nos pone frente a algunos hechos sobre los cuales conviene reflexionar. Sus padres han manifestado que son una familia misionera que pertenecemos a una Comunidad que se llama Ignis Mundi, de la que Marco también formaba parte vitalmente. Junto con él y nuestras hijas nos estábamos trasladando a vivir a ‘Los Guido’ para apoyar la misión que allí estábamos realizando, decisión que por supuesto, no solo mantenemos, sino que ahora reforzamos. Entre otras cosas, precisamente esta misión está orientada a que los jóvenes envueltos en un entorno de vulnerabilidad sean amados desde su infancia, dotados de estabilidad y las oportunidades necesarias, para que nunca tengan que sumergirse en la violencia.
Lo que nos están diciendo es que no van a cultivar el rencor para quienes les han causado tan profundo e irreparable daño, sino que van a convertir su dolor en actos de amor. Este es un ejemplo de pensamiento paradójico, el cual, como medio de resolución de conflictos, quedó debidamente prestigiado por el movimiento de resistencia pasiva liderado por Gandhi para la liberación de la India. Creo que habremos ganado si nos damos cuenta de que el comportamiento impulsivo, instintivo no es la mejor ni la única reacción ante las distintas circunstancias que vamos enfrentando, sino que siempre es posible elegir un comportamiento más constructivo, más saludable para la comunidad en la cual vivimos. Esa es una de las dimensiones de lo que denominamos desarrollo personal, la ampliación del espectro de comportamientos entre los cuales podemos elegir, desde los más centrados en nosotros, hasta los más generosos.
Posiblemente habrá muchas ideas sobre este asunto. Unos abogarán por mejor educación, más policía, menos bares. La familia doliente nos está mostrando que hay otras formas de abordar estos dolorosos eventos, y que esas formas superan a las decisiones políticas simplistas. Creo que la dimensión que los padres le agregan a su pérdida es la del amor que, en su raíz, tiene que ver con espiritualidad, que en el caso de ellos se asienta en una posición religiosa, pero cuyo fundamento no tiene por qué ser siempre religioso.
Esta familia nos está dando un extraordinario ejemplo de cómo convertir el dolor privado en bien común. Y nosotros, el resto, quienes solo presenciamos este drama -drama de dolor y drama de amor- ¿qué podríamos hacer? Podríamos ser simplemente espectadores. Hacer una pirueta mental para eludir sentirnos comprometidos. Recibir estos hechos como si fueran parte de una narrativa de algo que ocurrió allá y entonces y no como algo que está ocurriendo aquí y ahora. Podríamos seguir este ejemplo en nuestras tan diferentes circunstancias. Por ejemplo, revisar la cantidad de pequeñeces alrededor de las cuales trazamos una frontera entre las personas que nos caen bien y las que no. O la forma como casi de mentirillas nos disponemos a hacer lo que nos parece bueno, constructivo. O podríamos ponernos las pilas para concretar actos de bien común, actos de amor, que una y otra vez habremos pensado pero que siempre encontramos razones para posponer.
Seguramente no podremos ser como ellos. Ni caminar hacia donde ellos caminan. Esto no lo hace cualquiera. Se necesita haber recorrido etapas previas. No esperemos a ser capaces de tales paradojas. Aquí el desafío es imitarlos no en su acto ejemplar, sino en las etapas iniciales que los pusieron en condiciones de hacerlo. Tal vez sea más factible esforzarnos en distinguir qué es lo importante de lo accesorio y en elevar nuestras miras en la misma dirección que ellos lo hacen, hacia lo permanente, lo trascendente, lo absoluto. Hagámoslo así con la esperanza de que lo demás nos sea dado por añadidura.
El nombre del movimiento misionero al cual pertenece la familia Calzada Valverde, Ignis mundi, el fuego del mundo, es un bello simbolismo que traza un camino. Un amor como el suyo purifica, arrasa, ilumina, transforma, envuelve, sobrecoge.
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