Gestionar el embeleso

El avaro, el codicioso no son felices con sus riquezas. Siempre miran como faltante lo que piensan que deberían tener y no tienen. La Madre Teresa, seguramente era feliz con su pobreza y entre sus pobres.

Hay cosas que nos dan satisfacción, cosas que nos producen deleite y cosas que nos embelesan. Un helado da satisfacción. Aquí la satisfacción es un asunto de papilas gustativas. Un helado en una linda playa produce deleite. El deleite ya no es puramente orgánico.  La hora de la puesta del sol, en esa misma playa, junto con la expectativa de una cena apacible con personas amadas, producen embeleso. Embelesar, dice la RAE, es suspender, arrebatar, cautivar los sentidos. Es lo que experimentamos cuando decimos sin exageraciones, me siento cautivado, fascinado, encantado, arrobado o subyugado. Entonces el tiempo se detiene y querríamos que siguiera detenido. Toda nuestra atención está en la persona, evento o cosa que nos embelesa. Nuestro espíritu lanza conexiones hacia lo trascendente, en cualquiera de sus dimensiones de bondad, belleza, verdad. Es una experiencia pico. Llega a unas alturas cercanas al límite del no da más.

Hay satisfacción comprada. El móvil del consumo es la satisfacción. Pero hay bienes libres, que no se venden en el mercado y que producen satisfacción. Convendría hacer una lista de las cosas que nos producen satisfacción y que ni se compran ni se venden. Ese partido de canchas abiertas. Ese concierto de la filarmónica en el parque de un pueblo. La comodidad de circular antes de que comience la presa. Los zapatos secos después del aguacero. La hora del descanso después de que hicimos esas desacostumbradas tareas físicas en el fin de semana. El radical cambio de entorno cuando en poco más de una hora viajamos de Santa Ana a Pacayas. La belleza de las flores, el timbre de voz de los que pasan, los colores del atardecer, la sensación de placer que hay en lo simple, como el aroma que despide una taza de café, el sonido de un instrumento musical que no se sabe de dónde viene.

Un consejo útil para manejar sentimientos negativos es ponerles nombre. Si se les pone nombre, se los podrá gestionar de mejor manera. Al sentimiento que no se podrá gestionar, es a ese que de feo no somos capaces ni de ponerle nombre. Ese más bien nos gestiona a nosotros. Por eso cuando a alguien que está enojado, le hacemos ver que lo está, con mucha frecuencia lo niega. De mal que se siente no se atreve a observar su sentimiento y así, está en manos de él.

Y en el lado positivo, mucho más conviene darnos cuenta de lo que nos produce embeleso. Pues si le ponemos nombre al embeleso, estaremos en mejor capacidad de descubrir qué nos lo causa y así seremos capaces de esperarlo, convocarlo, buscarlo, lo cual quiere decir, repetir esas circunstancias de las cuales derivamos ese sentimiento. Si la sensación es tan grata, si contribuye tanto a nuestro bienestar, por qué no incluir en nuestro horario habitual, esas ocasiones de embeleso.  Si una ruta, un lugar o una rutina, nos produce satisfacción, ¿por qué no repetirlas? Y si nos produce embeleso, pues con mayor razón. Repasemos nuestros dones. Esas cosas valiosas que tenemos y que no las compramos ni las construimos, sino que nos fueron dadas. Agradecerlas nos ayuda a valorarlas y así se convierten en fuente de satisfacción.

Esto nos conduce a la necesidad de manejar juiciosamente nuestro ocio. El ocio es importante. Trabajar sin pausas nos impide hacer contacto con esas satisfacciones de alta intensidad. De cómo utilicemos las pausas depende parte de nuestra sensación de bienestar. El café dejado enfriar en el escritorio es menos fuente de bienestar que la pausa de café con los compañeros adecuados. Si hemos de gastar una hora de regreso del trabajo, utilicémosla de manera que nos produzca satisfacción. Una ruta podría darnos más satisfacción que otra, aunque tome un poco más de tiempo.

Se puede realizar tareas arduas y a la vez derivar de ellas satisfacción y hasta embeleso. El ejercicio físico es un buen ejemplo. Nos cuesta esfuerzo, pero según lo miremos, nos puede dar satisfacción. Si aprendiéramos a valorar lo que nos desarrolla obtendríamos desarrollo y a la vez bienestar y hasta embeleso. Me sorprende cómo no se ha resuelto la contradicción de que estudiar para los jóvenes, si bien es arduo, muchos se lo toman a la tremenda y les produce gran insatisfacción. Muchas personas que trabajan no se detienen a pensar que además del ingreso, el trabajo les proporciona algo que es esencial para su bienestar: la satisfacción de crear, de contribuir, de lograr, todas ellas, demandas de interacción que son esenciales para nuestro crecimiento, espacios de comunicación significativa sin los cuales nuestra vida cotidiana sería más pobre.

Y luego está por ahí el concepto de motivación trascendente. La madre se desvive por su hijo, el profesional apasionado por sus clientes, el líder por sus sueños. Si no lo hicieran, tendrían el mismo ingreso, pero no tendrían la misma satisfacción. Imagino que, si los átomos de carbono pensaran, preferirían formar parte de proteínas que ser átomos libres. Hacer cosas por otros nos transporta a otro plano, nos saca del nivel de elementos y nos lleva al nivel de compuestos. Los seres humanos podemos elegir estar aislados, pero cuando la motivación trascedente nos hace formar parte de tejidos sociales, estamos más cerca de la satisfacción y quizá del embeleso.

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