Tenemos una gran capacidad para imaginar lo imposible. Como ejemplo, los dibujos de Escher. O los relatos de ciencia ficción. No hay problema en imaginarlo. Nada pasa si nos imaginamos una vaca que vuela. El problema comienza cuando nos empeñamos en que ocurra lo imposible.
Nos encontramos queriendo lo imposible cuando vamos tarde para una reunión. Ya son las ocho y querríamos que fueran las siete y media. Seguramente se necesita mucha energía para hacer que el tiempo se devuelva, porque con toda la ansiedad que miles de personas ponemos en quererlo, el tiempo no se devuelve.
En esas circunstancias somos buenos físicos. Nos daría lo mismo que fueran las siete y media o que ya estuviéramos en la puerta en la cual debimos estar a las ocho. Tiempo y espacio son totalmente intercambiables. Pero tampoco nuestra ansiedad logra meternos por un agujero de gusano y llevarnos sin consumo de tiempo a donde estaríamos ahora si nos hubiéramos levantado un poco antes.
Cuando tenemos un pequeño accidente, con una herramienta, con ese adorno que la señora aprecia tanto, con un vehículo, pasamos buen tiempo imaginando cómo lo pudimos haber evitado. Eso está bien. Pero no hacemos solo eso. Lo que hacemos no es una recreación realista sino imaginativa, y cuando reconocemos que lo que ocurrió no se puede modificar por más imaginación que le pongamos, sentimos culpabilidad, nos inculpamos con crudeza ¡Qué tontería hice! Pero ni la energía de la culpabilidad ni la de la autoflagelación modifican la realidad.
Invertimos mucha energía en recrear la jugada que hubiera evitado el gol que nos hizo perder el partido, o en argumentarnos que la respuesta incorrecta que dimos en el examen, realmente se podría interpretar para coincidir con la respuesta correcta. O podríamos ir más allá como el chico del cuento ¡Ay Diosito, que Lima sea la capital de Chile!
Nuestras vidas -no solamente esos pequeños eventos- podrían haber sido de otra manera y resulta divertido, en plan de novela, poder recorrer literariamente los distintos rumbos que pudo haber seguido nuestra vida, si algunos eventos y decisiones hubieran sido de otra manera. Si eso nos divierte, adelante. Pero no nos dejemos arrollar por esas tramas y acabemos lamentando o culpabilizándonos porque no ocurrió lo que pudo haber ocurrido. ¿Recuerdan aquel decir? De todas las palabras / tristes que he conocido/ estas son las más tristes/ pudo haber sido.
Todo lo anterior es un llamado al realismo. Somos como somos. Sabemos lo que sabemos y sobre todo, ignoramos lo que ignoramos. Tenemos las circunstancias que tenemos. Desde esta realidad, siempre que este no sea nuestro último día, tenemos posibilidad de accionar para lograr mejores resultados. No es poesía sino realismo confiable, saber que el camino inicia cada día. Claro que, con más talentos y mejores conexiones, podría ser más productivo en las próximas veinticuatro horas. Pero rigurosamente, con los mismos talentos y conexiones, mañana podría ser más productivo. O menos. Los talentos, las conexiones y todas las otras circunstancias, no cambian de la noche a la mañana, pero no están hechas de piedra. Son modificables. Así que la energía que gastamos en desear que no fueran lo que son, es preferible invertirla en mejorar lo que se puede mejorar. Así que menos imaginación y más realidad, menos querer lo imposible y más atención a la eficacia, entendida como la forma de lograr lo que vale la pena.
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