Me sacude la idea que leí en el sentido de que la finalidad de nuestra inteligencia no es la verdad o la eficacia, sino la supervivencia. Así que cuando estamos en territorio peligroso, si vemos moverse algo, en vez de entrar en una búsqueda de la verdad sobre si son galgos o son podencos, la orden es a iniciar la huida. Eso no garantiza que no nos equivoquemos. Lo que garantiza es que nos pondremos a salvo.
Freud hablaba mucho de la economía de nuestra vida psíquica. En su momento, llegué a entender que se trataba del conocido concepto de costo-beneficio. Nuestra vida psíquica opera en procura del mayor beneficio a menor costo. De esa misma manera nos enfrentamos a la resolución de problemas, lo cual nos lleva a valorar mucho la prontitud con la cual encontramos una solución y no tanto la calidad de la solución. ¿Se acuerdan de esto? ¿Cuánto suma 6 y 7? ¡Doce! Responde alguien a toda velocidad. Y cuando se le dice que está equivocado, se disculpa diciendo ¿Qué querían, velocidad o exactitud?
Conviene, ante algunos problemas, para no conformarse con soluciones sub-óptimas, preguntarse ¿Si dispusiera de una varita mágica, qué cosas incluiría en la solución? Al pensar en posibilidades mágicas se amplía el rango de lo factible o de lo aspiracional. Ya no se trata de salir del paso, sino de lucirse con la decisión. Todo problema es un “negocio no concluido”, una Gestalt que no se ha cerrado. De ahí la prisa por concluirlo, por cerrarla. Lo de la varita mágica es un truco para no concluir el asunto prematuramente.
Una fábrica tenía que deshacerse de un desecho permanente de su proceso de producción. Le encargaron a alguien que buscara quién se lo pudiera llevar al menor costo. Pero alguien en el grupo, blandió la varita mágica y se preguntó quién pudiera pagar por llevarse esa basura. Risas y choteo, pero una semana después se había detectado una empresa para la cual ese desecho, tenía características de materia prima y estaba dispuesta a pagar por él.
De igual manera, son útiles las caricaturas para ayudarnos a salir de la caja cuando estamos enfrentados a algún problema. Aquí viene a cuento aquella narración sobre el inmigrante alemán quien, a principios del siglo pasado, obtuvo un permiso para vender comida en un estadio de béisbol, a condición de que dejara las graderías totalmente limpias. Como vendía salchichas con repollo agrio y mostaza en platos de cartón y con un pincho de madera, le resultaba muy caro cumplir con lo de la limpieza. Hasta que alguien le hizo esta caricatura: haz que la gente se coma la basura. Y ¡zaz! ¡Inventó el hot dog!
La caricatura nos saca de lo consabido, flexibiliza nuestro pensamiento, permite llevar las variables del problema a límites impensados. Pienso que eso lo hace precisamente por el elemento de humor que la caracteriza. El humor lleva a secreción de endorfinas y esto a más creatividad. Todo eso se convoca en la solución de un problema, cuando nos damos permiso de hacer preguntas tontas. En esto son especialistas los niños, como nos lo recuerda con sorna Bertrand Russell: mi educación iba muy bien, hasta que a mi abuela se le ocurrió matricularme en la escuela. O como dice Ken Robinson: Todo niño es un artista porque todo niño cree ciegamente en su propio talento. La razón es que no tienen ningún miedo a equivocarse hasta que el sistema les va enseñando poco a poco que el error existe y que deben avergonzarse de él.
La próxima vez que se enfrente a un problema, no se ponga muy serio ni tenga ansiedad por llegar a una solución. Agregue a sus métodos conocidos el de la varita mágica y el de la caricatura.
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