La inauguración de un cuatrienio de gobierno, como toda renovación, produce expectativas. Cuidado con las expectativas. Esto no se transformará en Jauja donde era tal el bienestar, que los perros estaban atados con longanizas. Supongo que de tan deliciosos manjares que había disponibles, ninguno intentaba comerse la longaniza que lo ataba.
Tenemos derecho a esperar que un nuevo equipo de gobierno traerá nueva visión, nueva energía y tal vez algunas metodologías de acción que vayan produciendo resultados visibles a corto plazo. Pero no hay que olvidar que los problemas son complejos y que las soluciones toman tiempo para producir resultados.
A mi juicio, la administración de don Carlos Alvarado, dejó colocada la barda bastante arriba. Su gobierno ha dejado buenos resultados y sobre todo una actitud de respeto a la democracia, de firmeza, de probidad y de cero demagogia. Fue un gobierno decente y serio.
Los habitantes tienen un rol que cumplir durante este cuatrienio. El capital político del gobierno depende en parte de la opinión pública, es decir, de la opinión que tengan sobre el gobierno las gentes que vemos ir al estadio, a las iglesias, a los espectáculos, que todos los días van a sus trabajos. Si esas personas tienen la idea de que todo está bien, cuando no lo está, dejarían de presionar para que el gobierno se ponga las pilas para mejorar. Lo mismo que cuando piensan que todo está mal, cuando no lo está, indebidamente irían dejando al gobierno sin el capital político que necesita para realizar su labor. Tan destructiva es la posición del pueblo que apoya medidas equivocadas, como la del que se opone a lo que mejora el bien común.
¿Qué conviene que el ciudadano tenga claro? Que no habrá milagros. Que todas las medidas correctas que se pongan en marcha toman tiempo para producir resultados. Que el país forma parte de una totalidad mundial y que hay problemas que nos afectan sin que podamos evitarlo. Por ejemplo, el encarecimiento que tendrán algunos bienes importados debido a la guerra en Ucrania.
La corrupción es un mal mundial. Se ha dado en nuestro país y es posible que habrá intentos en el futuro. Pero es erróneo dejar suelta la imaginación y pensar con rotundismo que todos los funcionarios en todo momento están atentos a descubrir oportunidades de realizar actos corruptos. El país tiene muchos controles institucionales, una prensa libre que denuncia, un sistema de investigación excelente y un sistema de justicia bastante bueno. El habitante debe mantener la alerta sobre este tema y apoyar las acciones para combatirla, pero es perjudicial presumir la culpabilidad de alguien o de muchos, hasta que no se demuestre lo contrario. Un pilar de nuestro derecho penal es presumir la inocencia, desde luego, sin imaginar imposible la culpabilidad de nadie.
Veo en las redes sociales una actitud de malestar a priori con el gobierno cuyo tono parece partir de la idea de que quienes gobiernan y los gobernados, pertenecemos a dos realidades distintas y cuidado si no, antagónicas. Esta escisión es contraria a la concepción democrática, desfigura el papel de los ciudadanos y es caldo de cultivo de un clima de opinión tóxico.
Lo tóxico del ambiente de opinión con respecto al gobierno, le quita energía y entusiasmo a la vida del habitante. Si ese ambiente se traga al habitante, acabará perdiendo ilusión por las extraordinarias condiciones que este país ofrece a la vida buena y feliz y por las inigualables condiciones que la democracia ofrece al crecimiento personal. Esa opinión acaba influyendo en los resultados de las encuestas y desde ahí, va produciendo una realidad que no existía pero que acabará existiendo. Son las profecías negativas que acaban cumpliéndose.
En prevención de esa toxicidad, conviene, no consumir difamación indiscriminada. La difamación no es un diagnóstico. Tampoco es una denuncia. Es simple desconsideración por la honra y el esfuerzo de otros. Y en esto, tenemos que desarrollar la responsabilidad de no recircular mensajes con afirmaciones altisonantes no demostradas. Detengamos lo que parece ser una competencia para ver quién dice las ofensas más grandes o quién tergiversa las intenciones de los demás, de manera más ofensiva. Escojamos las fuentes de información y de opinión. Todos sabemos quiénes son los emisores de ideas constructivas y quiénes son los amigos de hacer ruido y crear dudas desde una actitud de esto no hay quien lo arregle. Consumir ese runrun equivocado y corrosivo, le hace daño al país.
A todos nos haría bien darnos cuenta de que convendría sustituir la actividad de ser espectadores de lo que hace el gobierno, por ser actores de nuestros propios asuntos. La excelencia del gobierno depende de la energía que pongamos en exigírsela. Y para poder exigirla con coherencia, cada uno de los ciudadanos tiene que ganarse ese derecho, mediante su propio esfuerzo de ir haciendo de mejor manera lo que se espera de cada uno en nuestra vida cotidiana.
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