Utilidad de la derrota

En fútbol, no dan puntos por la derrota. Dan uno por un empate, tres por el triunfo. En el resto de los asuntos en los cuales nos empeñamos, un triunfo representa más cercanía con la meta, el robustecimiento de la confianza y una caricia al ego. En escuelas, familias y empresas se habla mucho del triunfo. A veces con normalidad. A veces con obsesión.

Pero de la derrota no se habla. Aún la palabra se suprime. Y ni qué decir de los hechos que condujeron a ella. Pero si fuéramos más juiciosos, utilizaríamos la derrota, con el mismo afán con el cual el patólogo trata de arrancar conocimiento de las autopsias.

¿Para qué sirve una derrota? Deja un sentimiento de abatimiento. Esa sensación es útil. No la podemos inventar. No podemos tomar una pastilla para sentir abatimiento. El fenómeno real del abatimiento que causa una derrota, no se puede experimentar sin una derrota. Eso solo puede ocurrir cuando existe una derrota. Cuando el sentimiento está ahí, hay que ver qué hacemos con el sentimiento. El manejo de esos sentimientos intensos es un gran desafío. Por así decirlo, una derrota es como un taller sobre cómo enfrentar derrotas y otras situaciones semejantes tales como desilusiones, desengaños, rechazo, y baños de realidad que suelen ponernos en nuestro lugar.

¿Sirve la derrota para algo más? Claro. Se puede indagar sobre las razones del resultado. El ejercicio conceptual es semejante al que hay que hacer para indagar sobre las razones de un buen resultado. La derrota produce una tercera posibilidad. Se puede indagar sobre sí mismo, sobre nuestros límites, sobre la eficacia de nuestras tácticas y estrategias. Entramos en contacto con lo que falló, con nuestros sesgos cognitivos y emocionales y con nuestros sesgos de acción. Esa indagación podría conducir a descubrir en qué fallamos y cuales acciones correctivas conviene incorporar a nuestro repertorio.

Pero la derrota, el fallo, lo que salió mal nos puede acercar a algo que llamaríamos humildad. En ningún libro sobre gestión he encontrado este tema.  Este contacto con la humildad es bien valioso. Se sabe que la palabra humildad tiene una genealogía relacionada con humus. Se ha dicho que es andar en la verdad, o sea, un ejercicio de realismo. No tiene nada que ver con la falsa modestia, ni con serrucharse el piso a sí mismo.

En una carrera de autos, quien llega de último puede atribuir su derrota al automóvil. Pero en una actividad personal en la cual el actor único fue la persona, no hay cómo culpar a otros, a pesar del impulso, a veces reprimido, que sentimos de hacerlo.

Hay derrotas visibles y derrotas invisibles, de las cuales solo se entera cada uno. En todas, el sabor amargo es el mismo. Lo que cambia es la intensidad y duración del mal sabor.  Es diferente la derrota después de un combate de la derrota sin combate, como cuando se capitula prematuramente. En este caso la sabiduría popular ha entendido bien el impulso del derrotado y por eso dice que a enemigo que huye, puente de plata. Supongo que no vaya a ser que le hacemos tan difícil la huida, que resuelva reanudar el combate.

Hay derrotas en empeños unipersonales como cuando hacemos una dieta y no logramos los resultados esperados. Y derrotas en concurso, como cuando varios aspiran a obtener un puesto, premio o galardón. En este caso hay dos formas de perder. Con clase o sin clase. Perder con clase es perder con hidalguía. Es mala nota perder intentando arrebatar, apelando o lanzando oscurecimientos sobre el triunfo del otro.

Al Gore perdió con George Bush por unos pocos votos en Florida y a pesar de ganar el voto electoral y una vez que el asunto fue fallado por la Corte Suprema, fue un ejemplo de hidalguía. Trump perdió las elecciones con Biden y fue un ejemplo de falta de decencia y nos recordó que Jalisco nunca pierde y cuando pierde arrebata.

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