Solidaridad y exclusión

Me llamó mucho la atención una noticia de CNN en el sentido de que mucha gente está pagando reservaciones para alojamiento en Ucrania vía Airbnb, la plataforma de reserva de alojamientos vacacionales. Desde luego no van a ir, sino que están utilizando la plataforma para ayudar a ese pueblo angustiado.

Para ayudar a personas en circunstancias especiales como fenómenos naturales, hace tiempo que por ejemplo los bancos ponen a disposición de los donantes una cuenta, de manera que digitalmente se puede hacer la donación. Generalmente los bancos que organizan estas colectas ofrecen entregar de su propio presupuesto, una suma proporcional a lo que se recoja por suscripción popular.

Estas son formas creativas de atender a situaciones de emergencia, posibilitadas por los medios modernos de envío de dinero. Así se reduce el costo de hacer la donación. Es preferible donar desde el celular que tener que ir a algún lugar y hacer una fila para hacer la donación.

El medio más utilizado para atender los problemas de necesidad extrema, son los programas sociales financiados con impuestos. En nuestro país todos los contribuyentes, empresas y personas, al producir o al consumir, financiamos los programas sociales. Esto tiene dos retos. En primer lugar, el de la eficiencia. Se dice que una buena parte de los ingresos de estas instituciones se gasta en burocracia. Es claro que tiene que haber personas pagadas por dirigir adecuadamente los fondos hacia los necesitados, pero hay que preguntarse cuáles de esas actividades crean valor, por ejemplo, reducen el riesgo de duplicar la ayuda o la dirigen hacia quienes más necesitan. Y el otro reto, menos aritmético, es que, desde el punto de vista de los contribuyentes, solidaridad obligatoria, no es solidaridad. Y desde el punto de vista del beneficiario, la inclinación a pensar que quien produce la donación es el estado impersonal y rico a más no poder. Esto elimina el sentimiento de ser atendido por un semejante, algo que más allá de la donación, podríamos pensar que ayuda a disminuir la sensación de exclusión.

Un día existirá una plataforma donde las personas podrán inscribir sus necesidades intensas y el público podrá observar esas necesidades y decidir con cuánto pueden contribuir a solucionarlas. La necesidad visible mueve más que la necesidad invisible. Si supiéramos cuáles personas no tendrán desayuno mañana, o cuántos estudiantes no cuentan con el libro necesario para la asignatura que están cursando, estaríamos más dispuestos a donar.

Hay información que no circula y que, si circulara, podría aumentar las satisfacciones de algunos. Si se informara de todas esas cosas que vemos convertidas en problema en las casas de los acumuladores, habría personas que manifestarían su necesidad y contribuirían a disponer de ellas. Cuando vemos “buzos” callejeros hurgando en las bolsas de basura, caemos en la cuenta de que lo que alguien desecha porque le hace problema tenerlo en su casa, otro lo recoge porque lo encuentra útil. Estos tiempos de información tan amplia y a tan bajo costo, y de medios de pago tan difundidos como el SINPE, podrían ofrecer oportunidades a la solidaridad y a la exclusión.

Esto es útil no solo para necesidades que se pueden satisfacer con bienes o con dinero. Imaginemos la cantidad de necesidades de compañía, de tutorías, de libros, de herramientas, de apoyo, de cuidado de niños, de ayudas específicas y puntuales.  Y también imaginemos la cantidad de personas que estarían dispuestas a facilitar eso que otra gente necesita. La ignorancia de la necesidad ajena nos hace vivir como si fuéramos insolidarios. La manifestación de la necesidad generalmente hace surgir gestos para satisfacerlas. La modernidad nos ha llevado a aislarnos unos de otros. Tal vez la revolución informática nos vuelva a poner en contacto con la solidaridad.

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