En un rico intercambio estratégico que tuve uno de estos días, uno de los participantes dijo: No se trata de construir un puente. Se trata de colocar unas piedras para poder pasar el río a pie. Sin dejar de aspirar a contar con el puente. Resoné con todas las argumentaciones que he dado a lo largo de mis escritos sobre la importancia de aceptar que en determinados empeños hay que ir paso a paso, o golpe a golpe, según sean de difíciles. Recordé cuando he señalado que lo importante de escalar el segundo peldaño, no es que nos lleva a lo alto de la escalera sino que nos pone en la posición ideal para escalar el tercero.
Cierro los ojos y me traslado varias décadas hacia atrás y veo esos caminos rústicos de la Zona Atlántica, de pronto interrumpidos por un río y de como, sin esperar el puente, los usuarios descubrieron formas de cruzarlo, moviendo piedras y creando caminos que permitían el paso del río, a veces con el agua penetrando en el vehículo. Luego pensé en los puentes vado. Imagine un muro ancho de baja altura, atravesado en la dirección de la corriente por cuatro o cinco canales de amplio diámetro. Con el caudal normal o moderadamente elevado, el agua discurre por esos canales y se puede transitar con seguridad sobre la superficie del muro. Y luego todos los grandes puentes que conocemos, como el de las cercanías del estadio Saprissa o el puente colgante sobre el Río Colorado en la carretera Bernardo Soto.
Miro todos los empeños que valen la pena, que requieren de un esfuerzo continuado de años y pienso en la metáfora de poner primero piedras para pasar el río. Si nos detuviéramos al inicio abrumados por la magnitud del esfuerzo requerido para construir un puente, no continuaríamos con el empeño, no pasaríamos el río. No es sensato esperar a que los astros se alineen. Iniciemos la acción sin ánimo de perfección. En el camino iremos haciendo aprendizajes que nos acercarán a ella.
Este mismo modelo, de primero poner piedras para poder pasar el río, se aplica cuando ya adultos nos enfrentamos a un asunto complicado. Si pretendemos abordarlo en toda su complejidad, tendremos menos suerte que si concebimos formas de resolverlo que no sean perfectas pero que se puedan ir perfeccionando. Es semejante a lo que recomienda Descartes de dividir el asunto en partes. Es lo que hoy, en Design Thinking se denomina un prototipo o un producto mínimo viable: no pretendamos producir el producto perfecto. Produzcamos uno que cumpla con lo esencial del producto que estamos pensando y dejemos que entre usuarios y otros interesados vayamos produciendo ideas de mejora. Y no hablo solo de productos para el mercado. Es preferible un modesto programa de acondicionamiento físico que ninguno. Es preferible leer las primeras diez páginas de un libro, que no haber iniciado su lectura. Ese es el valor de la educación básica. No nos hace ni científicos, ni humanistas, ni matemáticos. Pero nos deja el sabor de lo que esas disciplinas encierran y si es buena, nos deja gusto por esas cosas.
Que no nos detenga el río. Ni la dificultad de construir el puente. Empecemos con unas cuantas piedras para cruzarlo. Que la expectativa de una solución perfecta no nos impida accionar ya. El primer paso real es superior al más completo de los planes.
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