Cordialidad

Veamos la versión chata de una relación interpersonal. Una vendedora quiere venderle su producto al cliente, porque eso mejora las comisiones que cobrará. Un político quiere convencer al votante de que él es su mejor opción, porque su única finalidad es obtener votos. Un jefe quiere que su colaborador sea eficiente porque eso beneficia a su unidad de trabajo. Conocemos a alguien casualmente y antes de desplegar nuestras técnicas de ganar amigos, nos preguntamos si vale la pena en función de lo que podemos obtener de esa persona.

Veamos ahora la versión enriquecida de tales relaciones. La vendedora quiere conocer la necesidad de su cliente y hacerle una recomendación que satisfaga esa necesidad. Eso podría implicar no venderle el producto por el cual tiene prometida una comisión. El resultado es que la vendedora no hará simplemente una venta, sino que consolidará una relación con el cliente. El político estudioso que busca diseñar unas medidas tendentes al bien común busca el apoyo para esas medidas, no busca el voto a toda costa. Está dispuesto a explicar verdades amargas, a retar la sabiduría convencional de su comunidad electoral. Y con estas y otras actitudes, estará creando un capital político para la próxima elección, y para las que sigan, porque los estadistas que gozan de la confianza popular no solamente quieren ganar elecciones, sino consolidar una posición de influencia para el futuro. Son los líderes que adquieren el poder de auspiciar príncipes herederos. El jefe desarrollante se esmera en establecer relaciones mutuamente beneficiosas con su personal. Su vista está puesta en los resultados anuales de su unidad de trabajo, pero también en el desarrollo de esa unidad y de toda la empresa de la cual forma parte. Sostenemos nuestros contactos casuales, es decir, nos relacionamos con todos, sin pensar en lo que podemos recibir, sino desde el axioma de que todos somos importantes y merecemos consideración.

Todos los días tenemos interacciones con otros. Podemos ir al grano. Podemos buscar solo la eficiencia. El resultado superficial del intercambio. Ir a por lo que valoramos a corto plazo. O podríamos mirar la posibilidad de crear con cada interacción, relaciones mutuamente satisfactorias. Podríamos ser solo corteses. Si miramos las relaciones solo desde la perspectiva de corto plazo, basta con ser corteses. Si las miramos con perspectiva de largo plazo, habría que pasar a ser cordiales. La cordialidad es más que cortesía. Implica afecto. No que nos vamos a enamorar del otro a primera vista, pero sí que más que con los ojos o con la razón, vamos a percibirlo con el afecto a priori con el cual miramos a un connacional cuando estamos en tierra extraña.   Es mirar al otro en su compleja dimensión. No nos basta para relacionarnos con esa persona solo con el código de urbanidad. El código de la cordialidad es más amplio. Nos interesa la otra persona no solo como instrumento para obtener un determinado producto o servicio. Nos interesa que esta interacción específica deje como resultado una puerta abierta para otro encuentro mutuamente beneficioso. Las amistades frecuentemente comienzan como una interacción concreta. Evolucionan hacia ese estado complejo y apetecible de amistad cuando a la interacción concreta se le agrega respeto, conciencia de la complejidad y de la potencialidad del otro, valoración de los vínculos que tenemos con otros.

No hay que aspirar a convertir toda interacción en el inicio de una amistad. Pero sí de convertirla en un vínculo en el cual miremos al otro como un ser humano con todo lo que esto implica dinámicamente. Eso quiere decir que le atribuyamos potencial de crecimiento; capacidad de equivocarse y rectificar; que le veamos interesado en su propio beneficio, pero capaz de altruismo y generosidad; con certezas y dudas variadas y múltiples. Y que el otro nos mire de igual manera y que con base en lo que ha visto de nuestro comportamiento nos pueda atribuir cordialidad, empatía, confiabilidad y aceptación.  

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