El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas, adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos. La Segunda Guerra Mundial había terminado hacía tres años y hacía dos años habían terminado los juicios de Nuremberg, así que la memoria de las atrocidades de finales de los treinta e inicio de los cuarenta estaban frescas. La Organización de las Naciones Unidas, fundada en octubre de 1945 era una promesa de civilidad y humanismo y esa promesa comienza a concretarse en la Declaración.
Las primeras palabras del preámbulo de la declaración contienen el principio del cual se puede derivar no solo toda la Declaración sino todos los esfuerzos por una convivencia solidaria, desarrollante, entre todos los miembros de la especie humana. Dice así: Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana … la Asamblea General, proclama la presente Declaración Universal de los Derechos Humanos como ideal común por el que todos los pueblos y naciones … promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades …
Y de nuevo, en un ejercicio de minimalismo, podríamos quedarnos con solo el artículo primero de la Declaración seguros de que él bastaría para crear un mundo mejor al de aquel entonces: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Y aquí, la tarea es permanente y el resultado siempre podrá irse perfeccionando. Todo depende del grado en el cual los seres humanos vayamos ampliando la razón y aumentado las dimensiones y la intensidad de la conciencia que tenemos sobre los otros, sobre la realidad, y sobre las posibilidades de mejoramiento de nuestra convivencia.
¿En qué debería consistir la fraternidad de la que habla la Declaración? Empecemos porque no debería ser una fraternidad que se quedara en los pensamientos o en las palabras. Tiene que ser una fraternidad con obras. En segundo lugar, creo que le haría bien a estos principios, una clarificación. Fraternidad no significa desconocer que somos diferentes. Nuestras circunstancias personales y externas nos van convirtiendo en la singularidad que es cada uno de nosotros. Entonces la aspiración de la fraternidad no es una aspiración al igualitarismo. Es más bien el reconocimiento de que algunas carencias extremas, violan la dignidad de las personas. Esa violación de la dignidad es la que la fraternidad no debe permitir. Eso se manifiesta claramente cuando un grupo sufre una tragedia y pierde su vivienda o sus alimentos. Quienes no han sufrido la tragedia están siempre dispuestos a aliviar la situación de quienes la han sufrido. Y posiblemente estarían igualmente dispuestos a aliviar otras tragedias no instantáneas como las que causa un sismo o una inundación, por ejemplo, la falta de educación y capacitación, el desempleo o la enfermedad. Pero la fraternidad debe ir más allá. No solo ha de concretarse a dar, sino que debe incitar a darse. Eso resolvería la exclusión, la marginación, la emergencia de guetos. No sería fraternal una sociedad que aceptara pagar impuestos destinados a programas sociales si los más desarrollados no quieren tener nada que ver con los menos desarrollados. Es fraternal una sociedad donde todos se sientan motivados a contribuir para erradicar situaciones que vulneren la dignidad de las personas.
Casi setenta años después de la Declaración se promulgaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Naciones Unidas considera que los derechos humanos son la base de esos, ya que, sin la dignidad humana, no tendríamos la esperanza de impulsar el desarrollo sostenible y que el progreso en todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible impulsa los derechos humanos, al igual que los progresos en los derechos humanos impulsan estos objetivos.
El marco jurídico está claro. La tradición también. El convertir esos derechos y esos objetivos, de mínimos deseables en formas comunes de convivencia solidaria es una tarea inacabable pero que debe ser continuada con todo vigor por naciones, comunidades y personas porque todos los miembros de la familia humana tienen una dignidad intrínseca y unos derechos iguales e inalienables.