Conmemorar o prospectar

Vemos al país, como el conjunto de circunstancias donde se desenvuelve nuestra vida. Aquí estaba cuando llegamos. Aquí estará cuando nos marchemos. Aquí estuvo para nuestros abuelos. Aquí estará para nuestros nietos. Está para nuestros amigos. Y estará para sus nietos. Aquí estuvo para los padres de quienes enriquecieron nuestras vidas. Aquí estará para los descendientes de quienes se han podido beneficiar con las nuestras. No es solo la tierra, ni la geografía. Son las particularidades de la lengua que aprendimos. Es la forma de ver la vida y ver el mundo con la cual nos asomamos a la realidad cuando fuimos niños, y las que fuimos cambiando con el paso de los años. Cambiando y contribuyendo a cambiar. El país es el fenómeno espacial y temporal en el cual vamos recibiendo y dando. Es más que un mapa, una bandera, un himno. Es el marco total en el cual transcurren nuestras vidas, las de tantos seres queridos y las de tantos compatriotas con quienes no compartimos, pero con los cuales nos unen múltiples interdependencias de las cuales nace la sana obligación de solidaridad.

Ver hacia el futuro

Conmemorar es recordar. No recordemos. Recordar es mirar hacia atrás. Prospectemos. Prospectar es mirar hacia adelante. No para hacer poesía. Sino para ver lo posible. E ir haciendo desde ahora lo que contribuye a que esas posibilidades se concreten.

El país tiene debilidades, es importante conocerlas, pero no quedarse atado mentalmente a ellas porque nada se puede construir sobre debilidades. Contemplemos sus fortalezas. Desde esa perspectiva parece más un árbol joven. Doscientos años en la vida de un país, son un suspiro. Y de cara a esas fortalezas preguntémonos si estamos haciendo lo que hay que hacer para que las fortalezas se desplieguen.

Tenemos una historia de progreso. Es palpable el crecimiento. Crecimiento que va más allá de una buena tasa de aumento del PIB, sino que consiste en construir un espacio donde a todos los habitantes les sea posible florecer.  En algunos rasgos, somos ejemplo para el mundo y apenas empezamos a ejercer ese magisterio.

Dejemos de mirar nuestra realidad y nuestros retos con mentalidad de siglo XX. Producción, consumo son los modelos del pasado. Veámosla con mentalidad de siglo XXI.  Educar, innovar, regenerar. En un mundo tan interdependiente necesitamos otra mano invisible que no solo nos beneficie a todos materialmente a partir del interés individual, sino que conecte ese interés individual al bien común. Esa búsqueda es esencial, porque el interés individual de Adam Smith no enfrentó las circunstancias amenazantes que tiene hoy nuestro mundo y que convierte en urgente la atención del bien común, simplemente porque en eso nos estamos jugando el bien individual. Tenemos que abandonar el cada uno para su saco y ampliar la conciencia a cultivar el bien común. Los verbos más potentes ya no serán producir, ganar, consumir, sino darse cuenta, curar, cuidar, sanar.

No es lo único, pero sí es prioritario. Debemos buscar el perfeccionamiento de nuestro sistema político. Cuanto mejor sea, más garantía tenemos de alcanzar metas superiores. La tragedia de los sistemas políticos desfasados es que nos hacen perder oportunidades y energía. Podría ser que los políticos no quieran hacerlo. Ahí hay una tarea para los ciudadanos. Tenemos que ponerle a ese empeño presión organizada, inteligente, sistemática. El país lo merece y una iniciativa razonable de la población merece el respeto de los políticos. Aquí el desafío es convertir el conciliábulo en diálogo, la torcida concepción de posesión del poder en una ascética de servicio, la incapacidad de escuchar en rendición de cuentas, la mediocridad en eficacia.    

Cómo ser y cómo no ser

En homenaje a los próximos doscientos años de vida independiente, los habitantes debemos reconocer cuáles son nuestras prácticas dañinas y cuáles las prácticas constructivas. Podemos ser como abejas polinizadoras o como insectos saboteadores del despliegue de nuestras potencialidades como país. Reconozcamos que no siempre hemos sido abejas y que dentro de nosotros hay vetas de insecto saboteador, que se activan cuando las cosas no son como queremos, cuando los elegidos no son de nuestro gusto, cuando los conductores se equivocan, cuando parece que se sientan a la mesa los perversos. Entonces, el amor torcido, nos tienta a no arrimar el hombro, a predecir tempestades, a dejar fluir la desesperanza y el negativismo. Así somos. Pero siendo así, destruimos, desalentamos, saboteamos los logros que merecemos. Ser exigentes, ser críticos, pero hacerlo constructivamente es una mejor forma de contribuir.

Desarrollemos los talentos de otros. Levantemos la vista más allá de las dimensiones y tareas habituales. Cultivemos ideales. Pongámosles ilusión. Sin ideales personales ¿Cómo podemos esperar que los conductores del país los tengan como guía de su ejercicio? Empeñémonos en superar nuestro desaliento. Miremos a todos los conciudadanos que son modelo de entusiasmo, de realismo, de diligencia. Tomemos como ejemplo a quienes se esfuerzan por cambiar su papel de espectadores y van poco a poco poniendo pie en el escenario de los actores. Ellos son los emprendedores en los múltiples campos de acción.

Comparemos la incredulidad o las miras mediocres, debiluchas, con miras elevadas. Tomemos aliento de los éxitos de todos. Abrámonos a que ocurran cosas fuera de lo imaginable. A que sea posible inventar un programa que subsane el apagón educativo. A que el motor de plasma llegue a ser un éxito. A que el programa de nómadas digitales produzca frutos abundantes. Los desafíos de hoy nos obligan a vivir de manera diferente y esas formas diferentes de vivir, de pensar, son las que podemos exportarle al mundo. Como escuché hace poco, sigamos exportando bananos, pero exportemos también ideas, actitudes, valores. Hay empresas nuestras que han aprendido a exportar calidad, gestión, esmero. Seamos los primeros en comenzar a exportar ejemplos de cómo aplicar una nueva conciencia de la realidad. El mundo necesita concebir una nueva forma de convivencia. Experimentemos, conceptualicemos, y exportemos. 

Elevemos la exigencia que nos hacemos a nosotros mismos y eso convocará a líderes de más robustez. Aprendamos, no esperemos a que nos enseñen. Cuidemos nuestra salud, no esperemos a que nos tengan que sanar. Tengamos iniciativas fecundas. No esperemos a que nos guíen.

No miremos el conjunto de retos, de desafíos, de amenazas como si hubiera que abordarlos todos a la vez. Mirémoslos como lo que son. Abordables paso a paso, uno por uno, en un determinado orden. En vez de sentirnos abrumados por ellos, aportemos nuestro talento, nuestra voluntad para irlos tramitando uno a uno. Ya no somos la finquita aquella. Demos fe con nuestros actos de que tampoco somos domesticados.  

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