Rigor y política

Se espera como resultados de las votaciones del 2022 la atomización de votos no entre dos sino entre varias opciones, con la consecuencia de que se establezcan varias fracciones pequeñas en la Asamblea Legislativa. Y una alta probabilidad de una segunda ronda. A su vez, es alta también la probabilidad de que en la segunda ronda se vote no a favor de alguien sino en contra de alguien. Eso no es profecía. Es lo que ocurrió en 2014 y 2018. Todo esto conduce a la desafección política, a la frustración, al aumento de la oposición, debido a que son muchos más los votantes que pierden que los que ganan. Todo lo anterior, disminuye la gobernabilidad.

Esas circunstancias demandan actitudes de los políticos las cuales, en vez de atizar la frustración de los votantes, la oposición cerril, la ingobernabilidad, las contrarresten. Esas actitudes son entre otras las siguientes:

  • Escudriñar la realidad política, lo que eso implica para el eventual ejercicio del poder y convertir la restauración de la gobernabilidad en un objetivo de alta prioridad. ¿De qué sirve el poder cuando el poder no tiene posibilidad de funcionar?
  • Conocer a fondo y comprometerse a restaurar las causas constitucionales y legales que impiden la gobernabilidad y la eficacia.
  • No prometer lo que no se pueda cumplir o lo que no se tenga verdadero compromiso de cumplir.
  • Hacer una campaña constructiva que luego posibilite los necesarios acuerdos
  • Postular para puestos de diputados a aquellos de quienes se pueda esperar un buen desempeño.

Los rasgos que se pueden percibir en las campañas políticas han sido, mirar la carrera hacia puestos de elección como una estampida en la cual, a toda costa, hay que meterse en los primeros lugares, para lo cual son lícitos el codazo y la zancadilla y otras cosas peores. Y en cuanto a programas y promesas, la práctica ha sido prometer sin compromiso de cumplimiento. Hay que distinguir cuándo las circunstancias pueden hacer inocuo ese comportamiento y cuándo lo pueden hacer pernicioso. Ahora, en las circunstancias actuales, sería pernicioso. Y practicarlo, sería perverso.

Defraudar a los votantes deterioraría el apoyo social a nuestro sistema político. Ese apoyo es indispensable. Es la vida del sistema. Deteriorarlo es socavar un pilar fundamental de nuestra forma de vida. Esa es una seria responsabilidad que tienen los protagonistas de esta campaña política. Y no esperemos que se estremezcan con este pensamiento, pero no deberían contar con que podrán escaparse del juicio político que afrontarán en el futuro, por la forma como hubieran utilizado su liderazgo ahora en que todavía es posible enderezar este barco.

En esto los candidatos tienen el riesgo, de verse alienados por sus propios paradigmas. ¿Cuántos de ellos estructuran su accionar sobre la base de que el futuro es una continuación del presente? 1980 fue más semejante a 1970, que lo que el 2032 se parecerá al 2022. Siempre las campañas han aludido al futuro. Pero ahora no bastará con aludirlo. Hay que poner sobre la mesa visión, instrumentos y metodologías.

La emergencia climática, la competencia mundial, los reacomodos geopolíticos, los desarrollos tecnológicos son las demandas de acción. Ante ellas hay que responder con las fortalezas del país con las cuales se ha labrado una buena imagen en el mundo y ha obtenido logros claros. En mayo próximo el país debe continuar y robustecer su gestión pública para acelerar su éxito. La próxima, no es una elección para que compita cualquiera. Gobernar en tico -medianito, despacito, suavecito, chiquitico- nos va a retrasar. Necesitamos eficacia para movilizar todos nuestros recursos.

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