Antes de la pandemia los resultados de nuestro sistema de educación formal ya eran insatisfactorios. La pandemia con su interrupción de clases y con las circunstancias que afectaron a las clases virtuales, ha venido a producir lo que podría ser el mayor perjuicio duradero para nuestra población joven.
El sistema debe ser mejorado y no tenemos diez años para mejorarlo. Además, haciendo lo mismo que hemos hecho no lo mejoraremos. Hay que intentar soluciones disruptivas. Revitalicemos el sistema educativo de la misma forma que el comercio electrónico ha sacudido al comercio detallista. O de la forma como la economía colaborativa renovó los ramos del servicio de taxis.
En un artículo del 30 de marzo anterior, en La Nación, la consultora educativa Marlene Steuber propone incorporar a las familias de manera proactiva en el proceso de aprendizaje. Y lleva razón. En la educación formal, hay varias fuentes de energía, las cuales, debidamente alineadas, conducen al aprendizaje: Los estudiantes, sus familias, los docentes. Los estudiantes empeñosos y motivados aprenden más. Las familias de los estudiantes son recursos de aprendizaje. ¿Quién no aprendió algo formal de sus padres o sus parientes cercanos? Considerar, que la educación es algo que ocurre entre docentes y estudiantes -especialmente en ese orden- es restarle dimensiones al proceso.
Algo como lo siguiente merece consideración.
Las empresas deben su eficacia a una serie de buenas prácticas de acción. Por eso, capacitan a su personal en esas buenas prácticas. Algunas de esas buenas prácticas de acción mejorarían la eficacia de los estudiantes. ¿Qué tal si las empresas, cuando capacitan en esas buenas prácticas, agregaran el componente adicional de hacer que sus capacitados se conviertan en difusores de esas buenas prácticas?
Se trataría de capacitar a los colaboradores, para que, en sus núcleos familiares, sean formadores de los estudiantes de la familia. Eso lo harían las empresas no solo para mejorar la eficacia de sus colaboradores, la cual se reflejaría en las ganancias, sino también como parte de sus esfuerzos de responsabilidad social.
¿Cuáles serían los temas? Habilidades blandas como pensamiento crítico, resolución de problemas, pensamiento creativo, gestión de acuerdos, pensamiento sistémico, perseverancia, pensamiento estratégico, fortaleza. ¿Con qué intensidad? No se trata de formar masivamente MBAs. Se trata de diseñar una caja de herramientas básica. Algo así, como lo que todos los adultos, dando tumbos, equivocándonos, acabamos coleccionando a lo largo de nuestra vida.
Esta idea es totalmente flexible. La puede ejecutar una empresa, con una de las habilidades blandas. O un grupo de profesionales en gestión del capital humano. O la puede acoger una universidad como proyecto de trabajo comunal obligatorio, o AED con su red de empresas y su experiencia de ejecución. No nos quedemos con la boca abierta mirando hacia Finlandia o Singapur. No nos quedemos con la boca abierta mirando hacia Finlandia. Si lo intentas, quizás. Si no lo intentas, jamás.
El artículo mencionado de Marlene Steuber aparece en https://www.nacion.com/opinion/foros/foro-el-secreto-para-recuperar-tiempo-perdido/EPQJ7P7AWBCY7PVWFIXE64N46E/story/
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