Coaching, autoayuda y cambio

La literatura general, las lecciones, los sermones, los discursos solemnes, los libros de autoayuda y algunas sesiones de coaching están llenos de dichos, máximas, consejos, recomendaciones, muchos de los cuales, cuando los leemos nos llevan a pensar que ahora sí que vamos a cambiar, de tanto que nos han impresionado. Pero pasado poco tiempo los olvidamos sin que nos hagan ningún efecto, porque han sido insumo solamente para la esfera cognitiva pero muchas veces no intentan serlo para la esfera afectiva conocida y menos para la esfera instintiva o afectiva inconsciente. ¿Qué se necesita para poder aplicar un buen consejo?  ¿Mejoramos cuando leemos una serie de máximas?

Tomemos un ejemplo. Es innegable la lógica que hay detrás de la siguiente máxima: A enemigo que huye, puente de plata. Nos parece una práctica que conviene adoptar porque es razonable que, ante un conflicto o disputa, cuando el contendiente abandona su posición no hay que hostigarlo sino permitirle que silenciosamente se retire. Por tanto, aquella es una regla de acción que convendría adoptar. Pero pronto nos convenceremos de que no todo se reduce a quiero adoptarlo y ya lo adopté. ¿Contra cuáles obstáculos tropieza la adopción de una norma de conducta nueva? ¿Cuáles dificultades se encuentran en el camino del cambio?

Toda iniciativa de cambio tropieza con un sistema complejo que es el sustrato de nuestra acción. Nuestra acción tiene entre otros orígenes experiencias, creencias, valores, instintos.  De ese sistema forma parte por ejemplo el temperamento. Una persona puede ser agresiva por instinto, porque así está diseñada genéticamente. O lo puede ser porque así lo aprendió de sus padres, de un mentor, de un jefe. Su norma básica es lo que en lenguaje bélico se sintetiza en nosotros no tomamos prisioneros. Toda disputa debe terminar con algo como la eliminación del otro. Una persona que es muy previsora, cuando escucha el dicho del puente de plata piensa que, no, porque luego ese enemigo se fortalece y regresa más fuerte. Hay que aniquilarlo antes de que llegue al río.   Otra persona de temperamento moralista diría, no: ya nos hizo un daño y ahora tiene que pagarlo.  No lo dejemos llegar al río y menos le facilitemos que lo cruce. O podría querer que se sepa en su medio que con ella no se juega y que, ante ella, el que la hace la paga. O se puede querer establecer una fama que resulte disuasiva para futuros eventuales transgresores, la cual deje el conocimiento de que con ella no hay que meterse.

Esto sugiere la metáfora de que estas ideas nuevas, estos principios que nos llegan son como una llave que debe intentar abrir múltiples cerraduras. Vamos probando la llave. Entra, porque aceptamos el contenido del consejo, pero no acciona el complejo mecanismo que condiciona la apertura.

Bueno. ¿Y qué hacemos con todo esto?

  • No debemos hacernos ilusiones de que es posible cambiar el comportamiento con solo buenos consejos, libros de autoayuda, o un coaching cargado de emotividad (pep talks). La palabra es poderosa pero no es omnipotente. Para que el injerto de una máxima o consejo florezca en buenas acciones se necesita modificar varios elementos que forman el sustrato del comportamiento.
  • Hay que distinguir entre procesos de cambio discursivos que ingenuamente intentan el cambio a partir de dar indicaciones, peticiones, amenazas y procesos de cambio vivenciales en los cuales el cambio se promueve a partir de experiencias (sensitivity training)
  • Cuando queremos lograr un cambio en nosotros o en otros, es fundamental reconocer y observar detenidamente el sustrato del comportamiento que se desea modificar, indagar en sus móviles. Esa ardua tarea comienza por lo que se denomina el darse cuenta (awareness)
  • Luego hay que saber que los comportamientos que queremos cambiar no están pegados en nuestra estructura de acción con tornillos que podamos desatornillar sino complejamente enraizados como hábitos.

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