Nuevas maneras de ser

De tiempo en tiempo, las circunstancias obligan a las empresas a cambiar su modelo de negocios. Lo hacen para sobrevivir o para ser más eficaces. Por ejemplo, cuando la pandemia limita el número de personas que pueden estar dentro de un restaurante, muchos han creado el servicio express, así como algunas tiendas han tenido que establecer la venta online.

Resulta sugestivo preguntarse, ahora que comenzamos un nuevo año, cuál es el modelo de negocios de nuestra forma de vivir. ¿Cómo vivimos? Trabajamos, sostenemos una familia, somos algo o muy consumistas, estamos matriculados en alguna actividad formativa, hacemos deporte, le damos tal importancia al alimento y al vestido, nos divertimos en los fines de semana, disfrutamos del tiempo libre de una determinada forma, tenemos unas preocupaciones, unas ansiedades y unas incertidumbres específicas.

¿Cómo podríamos vivir de forma que nuestra vida fuera más plena? ¿Qué querríamos de un cambio de nuestro modelo de negocios personal? Un cambio en nuestra forma de vivir es lo mismo que un cambio en nuestra manera de ser. Todos somos seres humanos, pero la forma en que cada uno despliega esa manera de ser nos hace diferentes, y diferentes formas de desplegar esa manera de ser, nos podrían dar mayores frutos, más satisfacción, mayor plenitud.

¿Cuáles circunstancias han cambiado como para hacernos pensar en cambiar nuestra manera de ser? Hemos puesto al planeta en una crisis climática. Estamos ante la necesidad constante de estar aprendiendo, tanto por la cantidad de información de la cual disponemos, como por la exigencia de nuestras ocupaciones, la cual se irá intensificando según dicen los entendidos y sin embargo, cuando estudiamos lo hacemos para obtener un diploma y no realmente para aprender. Somos predominantemente consumistas. Tenemos exceso de chunches, no reparamos nada, no ahorramos previsoramente, nos produce ansiedad todo lo que queremos y no podemos adquirir. Comemos por placer y hace tiempo nos olvidamos de que el alimento tiene como función restaurarnos la energía.  La mayor parte de nuestras formas de diversión cuestan dinero. Ya no sabemos sentarnos en un parque a escuchar los pericos y solo contemplamos las puestas de sol cuando estamos en un hotel de playa a tantos dólares el día. Tenemos muchas relaciones interpersonales, pero ¿son profundas? Hablamos mucho y escuchamos poco. Hacemos poco silencio interior. Reflexionamos poco.

Y en contraste, a poco que lo pensemos, estamos convencidos de que es más importante el cuerpo y la salud que el vestido. Que la abundancia no nos va a dar la satisfacción esperada. Que lo nuevo que hoy nos deslumbra, mañana dejará de hacerlo porque nos habremos acostumbrado. Que muchas cosas las adquirimos por el afán de poseerlas y no para usarlas. Nos olvidamos de la armonía con la cual es importante vivir y se nos va la mano con el trabajo. Esperamos la felicidad como se espera el sorteo de la lotería, olvidando que la felicidad hay que gestionarla. Nos enfocamos en lo mío, lo nuestro y levantamos paredes en torno a ello, olvidando que somos seres sociales, que formamos parte de comunidades de distinto tamaño -familia, vecindario, empresa, ciudad, país- y que hay desarrollo y satisfacción personales en cultivar el bien común.

Podríamos agregar dimensiones a nuestra manera de ser. Poco a poco. Y en todas ellas dar pasos adelante para mejorar nuestra forma de desplegarlas. Dando tiempo al tiempo. No vaya a ser que mañana no nos reconozca ni la pareja. Sin sentir que estamos en una carrera por el mejoramiento. Sabiendo que para ello tenemos toda la vida por delante.

¿Cuáles opciones tenemos? Partamos de tener claro que somos multidimensionales. Que el desarrollo de nuestra capacidad productiva es insuficiente. Que debemos formarnos permanentemente porque somos -siempre, no importa la edad- un proyecto aun no acabado. Que la diversión debe ser re-creación de nuestras energías.  Que debemos descubrir y practicar hábitos que garanticen nuestra salud y nuestra calidad de vida física y emocional. Que somos fuente de alegría, de crecimiento y de apoyo para otros y que por eso debemos atender cuidadosamente nuestras relaciones interpersonales, empezando por las familiares y llegando hasta las comunitarias y cívicas. Que la amistad y el amor deben ser cultivados. Que somos dinámicamente libres, esto es, que nuestra libertad puede ganar en calidad si aprendemos a ejercerla. Que tenemos la tarea de desarrollar nuestra sensatez. Y nuestra tolerancia. De librarnos de temores, quemando muchos tigres de papel amenazantes pero impotentes. Y librarnos de culpa, no por el entorpecimiento de la conciencia moral sino por la eliminación de lo que sea indebido según nuestro código. Y a través del perdón de las deficiencias, los fallos, las oportunidades desaprovechadas, los esfuerzos no realizados, el tiempo perdido, propios o ajenos. Que tenemos una sensibilidad estética la cual debemos cultivar, para admirar la belleza y disfrutar el arte.  Finalmente, una importante dimensión de nuestra estrategia personal debe ser la  de la espiritualidad,  en la cual cabría considerar nuestras relaciones con lo trascendente. No hay ninguna razón, independientemente de la posición religiosa,  para no seguir una determinada liturgia privada en nuestras relaciones con lo Superior, lo Desconocido, lo Otro,  que en nuestra cultura es sinónimo de lo bueno, lo verdadero y lo bello. Esto implica, en parte,  algo que produce mucho deleite y que es la sensibilidad ante la belleza y la vocación de verdad. Y la sensibilidad para percibir mensajes trascendentes en las cosas ordinarias: el mensaje, según Tagore,  es que son, y podrían no ser, lo cual es una maravilla fuera de toda medida.

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