Amor con obras

Nuestra cultura judío-cristiana ha hablado de amor por milenios. Quitémosle a eso el aroma religioso y concentrémonos en lo que pudiéramos llamar el bien común o el desarrollo de la humanidad. ¿Por qué no hemos logrado terminar con la pobreza, la marginación, impulsar el desarrollo de personas de manera sistemática? Según cita que se atribuye a Gandhi, en la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos.

Pienso que nos ocurre lo mismo que le ocurre a una persona que tiene grandes ideales, pero que no encuentra cómo aterrizarlos. O sea, parafraseando a Lope de Vega, diríamos que sabe mucho de amores, pero no los sabe convertir en obras. Eso es lo mismo que le ocurre a una empresa que tiene bien escrita su estrategia, pero que no encuentra la forma de ejecutarla. ¿Cuál es la estrategia del amor para los cristianos? Ahí están, objetivos tan ambiciosos y realizables como enseñar al que no sabe y dar de comer al hambriento, posiblemente compartidos por la mayor parte del pueblo cristiano. ¿Qué ocurre? ¿Qué falta? Según los principios de la acción eficaz, enunciar los objetivos no necesariamente nos lleva a ejecutarlos. Hay que quererlos verdaderamente; que no sean simplemente un qué bonito sería sino un denme campo que ahí voy. Es la diferencia entre una decisión y una resolución. Decidir nos hace ver en una dirección. La resolución es mirar esa dirección con entusiasmo y energía. Es de la resolución de donde brotan las acciones concretas. Nadie puede convertir el objetivo hacerse bachiller si no lo traduce a acciones concretas: matricularse, estudiar, hacer tareas, hacer ejercicio, acostarse temprano.

Eso podría ser lo que anda faltando a esos objetivos tan elevados, para convertirse en resultados. Construir un puente que conecte la aspiración con los resultados. No todos podemos crear, manejar o donarle horas de trabajo a Feeding America (1) una entidad que provee alimentos a cuarenta y seis millones de personas que pasan hambre en Estados Unidos. Pero sí podríamos, por ejemplo, dar una contribución a muchas personas y grupos en Costa Rica que trabajan en proyectos de asistencia a marginados.

No todos podemos dedicar horas a enseñar al que no sabe, pero sí podríamos apoyar la opinión de que, en Costa Rica, mejorar la educación pública es la mejor forma de resolver la marginación futura. Y si formáramos parte de los miles de personas directamente relacionadas con la educación, podríamos agregarle nuevas dimensiones a nuestro trabajo y convertirlo en una misión. Si volviéramos a tener la conciencia sobre el valor de la educación que tuvimos a principios del siglo pasado, entenderíamos que lo de la pandemia es un problema urgente, pero que lo de la calidad de la educación es un asunto de igual importancia.

Imaginemos que en muchas empresas se tuviera muy clara la idea de que una forma de contribuir al bien común es desarrollar a su personal, no solo como productores, sino como seres humanos. Que el propósito fuera la realización del colaborador y no solo su eficiencia. Que muchas empresas decidieran que van a modificar sus esfuerzos de capacitación, de manera que tengan como objetivo no solo aumentar la productividad, sino enriquecer a través de sus colaboradores, el clima emocional y de crecimiento que se vive en sus hogares. Imaginemos a esas empresas empoderando a sus jefes para que sus relaciones con su personal pudieran ser un modelo que sus colaboradores imiten en sus hogares.

Todo eso contribuye al bien común. No hay que estar ubicado en ninguna posición religiosa para valorarlo. Y sí hay que estar informado sobre lo que dice al respecto la neurociencia, para entender que ejecutar ese tipo de acciones aumenta la felicidad de quienes las ejecutan. Así operan las llamadas motivaciones trascendentes. Las que van más allá del limitado territorio del yo. Pasado algún tiempo reconoceremos que la vieja recomendación de amar al prójimo es un consejo sobre cómo ser más feliz.

¿Qué falta para que estas ideas se pongan en marcha? ¿Será que aspiraciones de este tipo quedan metidas en el cajón de las idealizaciones? ¿Será que la vía religiosa por medio de la cual nos llegaron originalmente las hace caer en el terreno movedizo de creer una cosa y hacer otra? ¿Será que se ven afectadas por la doble moral, esa escisión entre nuestra vida ética, moral, espiritual y nuestra vida común y corriente?

Nuestra contribución a un cambio de actitud podría muy bien partir, en estos días navideños, de formular algún propósito concreto, en la dirección apuntada, del tamaño que sea. De ejecutarlo. De seguirlo ejecutando para que se nos convierta en un hábito. Ese es el camino para todo mejoramiento. Si logramos ser eficaces en eso, habremos dado un paso en el dominio de la misma disciplina que llevó al éxito a Colón, a Fleming, a Steve Jobs. No perdamos esta oportunidad.

(1) https://www.feedingamerica.org/en-espanol/quienes-somos

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