Tiempo de amor y esperanza

Los católicos están en Adviento. Ellos y el resto de los cristianos se regocijan con la proximidad de la Navidad y es generalizada la inclinación a ser más comunicativos, solidarios, dadivosos. Por eso este mes llama a reunirnos, a alegrarnos juntos, pero en las circunstancias actuales están restringidos el juntarnos y abrazarnos, restricción que no solo es impuesta sino que debería ser respaldada por cada uno a fin de no sufrir las consecuencias de un aumento en la cantidad de contagios ¿Qué hacer entonces?

Repasemos memorias de otros años. Sentimos el deseo de juntarnos. De externar afectos, porque compartir algunas horas en una fiesta navideña es una forma de intercambiar buenas vibras, para decir lo menos. Pero cuántas veces hemos regresado de la fiesta navideña con la sensación de que no logramos externar todo el cariño que sentimos o cuánto valoramos las relaciones que tenemos con compañeros, amigos, parientes. Tal vez la popularidad de los regalos se deba a eso. Es más fácil comprar un objeto, pedir que nos lo envuelvan y luego enviarlo con alguien, que entrar en cercanía sentimental con otra persona para decirle cuánto apreciamos la relación o cuánto la queremos.

Ahora con tanta disponibilidad de tarjetas digitales, cancioncitas, emoticons, los saludos de Navidad se han devaluado. ¿Cómo podríamos hacer para en vez de enviar por Whatsapp el sombrerito, la copa de champaña y unas cuantas notas de Noche de Paz, dar un paso más hacia un verdadero acercamiento con esa persona apreciada, admirada o querida?

¿Por qué nos da timidez mostrar cariño? Podríamos sentir temor de que el cariño no sea recíproco. ¿Y qué? Sentir cariño por alguien ya operó un bien en mí. A veces el cariño es recíproco, a veces no, y nada pasa. Le tenemos cariño a las personas porque nos da la gana, no para que ellos nos lo tengan en recompensa.

Creo que nos haría bien saber que hay grados de afecto, desde la aceptación pasando por la amistad y hasta llegando al amor. Y en cuanto al amor, distintas clases. Diferente el amor a los hijos, a los amigos, a la pareja. Y sobre el amor, cuánto nos ayudaría tener claro que el amor es un acto volitivo y no una ebullición de la sensibilidad. Esa ebullición de la sensibilidad se queda para ciertos tipos y niveles de amor. La amistad, por ejemplo, que es una manifestación de amor no la manifiesta. ¿Y entonces, cómo saber si es amor? Porque en nuestras sociedades de cultura judeocristiana sabemos que hay que amar al prójimo y hoy sabemos que amar a otros nos hace bien orgánicamente.

¿Qué es el amor? Me parece que es simplemente estar dispuesto a promover el bien del otro. La maestra que se esmera en que sus estudiantes aprendan y lo pasen bien; el médico que se esfuerza por mantener la salud de sus pacientes; el miembro de equipo -deportivo o no- que desea el mejoramiento del desempeño de los demás; el jefe que busca desarrollar al colaborador, no solo como productor sino como ser humano; todos ellos, lo llamen de esa manera o no, aman a ese prójimo que por circunstancias les es cercano.

Entonces, ¿Qué hacer con el amor en este tiempo tan especial? Primero reconozcámoslo. No seamos tímidos. No lo neguemos. No miremos hacia otro lado. Luego, busquemos cómo expresarlo con sencillez, con autenticidad. Y finalmente busquemos formas concretas de promover el bien del otro y resolvamos ponerlas por obra ya, en estos días, o próximamente. Quien forma el hábito de promover el bien del otro, lo llame como lo llame, ama a su prójimo.

Otros artículos semejantes


Publicado

en

,

por

Etiquetas: