Póngale motor

La palabra “motor” parece onomatopéyica. No lo es, pero casi ruge. Las palabras movimiento, móvil, motivación, no hacen tanto ruido como la palabra motor.

Construya usted un juguete. Una armadura, unos ejes, unas ruedas, todo inerte. Póngale motor, y algo muy parecido a la vida animará al juguete.

La flecha se mueve con el impulso que le da la recuperación de la forma del arco que la lanza. El velero con el viento que sopla incesante. La bala con la dramática transformación de la pólvora en humo.

Julián Marías dedica su Historia de la Filosofía a “…Manuel García Morente que fue Decano y alma de aquella Facultad …”. Todo proyecto requiere un órgano que le dé aliento, que lo anime. Todo proyecto necesita un alma.

He visto entidades de acción que han perdido el alma. Las he visto con el alma encarnada en una persona. Y con el alma repartida entre muchos que comparten el mimo sueño. He visto proyectos muy bien diseñados que languidecen por falta de motor. Por falta de un campeón que sienta que esta es su oportunidad y su razón de ser. Alguien que esté dispuesto a dejarse los dientes por el éxito del empeño. A quien le vaya la vida en los resultados del plan. Que sienta que su honor, de una cierta manera, está ligado al éxito del proyecto.

La dinámica de la acción humana es análoga en muchas esferas: sueños, planes, detalles, personas responsables, motivaciones, cronogramas, revisiones, resultados. Lo que tal vez es diferente en diferentes esferas es la trascendencia que le atribuyamos. En esto, un paseo de campo difiere de una reforma política. Un proyecto educativo de un desfile estudiantil. Y una siembra de rábanos de una de cedros.

La trascendencia se debe a la distancia desde la cual sentimos que nos miran los beneficiarios futuros de lo que ahora hacemos, cuando no se distinguen por lo lejanas que se encuentran, la intensidad de su necesidad ni sus facciones.


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