Nuestra actividad política es primitiva. Pareciera como si nuestros representantes electos por la vía democrática tomaran decisiones sin considerar el futuro. Es como si en la ecuación de análisis para la toma de esas decisiones les faltara la variable temporal. Así, muchas decisiones son frustrantes porque son parches que habrá que resolver de nuevo en seis años o seis meses. Esa actividad defectuosa tiene un costo que lo pagamos todos los ciudadanos. Debemos abrirle paso a la razón y dejar de lado las banderas, de manera que el sentido con el que juzgamos las decisiones tienda a basarse en evidencias y datos, y no en tendencias y escenarios electorales a doce meses plazo. A manera de nota de advertencia, cuando hablamos de post-democracia no queremos decir que la democracia vaya a terminar, sino que es definitivo que haya mecanismos de gobernanza por descubrir que nos ayuden a tener una acción humana eficaz, transparente, eficiente, segura, trazable, rentable, que tienda a la producción de bienestar desde la biósfera y no a la simple transacción de placeres.
Conversación: política primitiva
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