Crisol cívico

¿Cómo saldremos de esta crisis? La crisis pasará. Aprenderemos lo que aprenderemos. Posiblemente cambiemos algo nuestra manera de pensar y conducirnos. Siempre quedará en nuestra memoria, la forma como nos condujimos en la crisis y esto podría ser un patrón de comparación, el cual de alguna manera podremos evocar en el futuro, para mejorar nuestro comportamiento.

El virus no es la única amenaza. Conjurado el virus, nos quedan otras amenazas. ¿Por qué logramos dormir tranquilos pese a ellas? ¿Tenemos igual conciencia sobre amenazas como la exclusión, el estado de nuestra educación, la crisis del agua, el envejecimiento de la población, la necesidad de robustecer la seguridad social, la emergencia climática? La del virus, es una crisis vociferante, dichoso el pueblo que sabe atender a tiempo también a las crisis silenciosas.  Es importante tener más conciencia de nuestras miopías, de nuestros conformismos.

Nadie en esta crisis ha reaccionado como si el problema lo tuviera el gobierno o el Ministerio de Salud. La mayoría, nos hemos apropiado del asunto. Así debemos apropiarnos de otros asuntos. Nadie se ha tomado esto con superficialidad. Todos tenemos información. Todos nos hemos comunicado sobre el asunto, de manera que tenemos una razonable conciencia del problema.

Sería bueno que cambiaran nuestros hábitos de opinión pública. En estos días, cuando hablan los científicos, los demás nos hacemos preguntas, pero no saltamos ni a discrepar ni a ofenderlos por lo que dicen. Nos concentramos en lo esencial. En la normalidad, cuando hablamos de comercio internacional, de reelección de diputados, de construcción de obras públicas, nos lanzamos a opinar, sin autocrítica, a veces desde nuestra ignorancia.

Bienvenido el aprendizaje de escuchar con atención a quienes más saben, informarnos, hacer preguntas, reconocer la ignorancia de las mayorías para abrir espacio a la búsqueda, a la reflexión, a la crítica, en pos de mejores respuestas, las cuales no hay por qué creer que las tenemos los de este lado.

Todos los días hacemos transacciones económicas. Para ello nos desprendemos de algo a cambio de otra cosa. Cuando compramos un bollo de pan, el panadero queda satisfecho con las monedas que le entregamos y nosotros quedamos satisfechos con el pan que nos llevamos. Ambos hemos ganado. Cuando volvamos a la normalidad, valoremos la capacidad de construir acuerdos. Oponerse. Bloquear. Sí. Hay cosas que lo ameritan. Pero no son tan frecuentes. El problema es no tener claro que en una democracia solo se progresa construyendo acuerdos. Y que es posible construir acuerdos. Necesitamos, primero, abandonar la idea simplista de que cuando llegamos a un acuerdo, unos pierden y otros ganan. No. La finalidad de un buen acuerdo es que ambos ganen. Para eso necesitamos apertura, comprensión hacia las tesis del otro lado. Para eso necesitamos hacernos conscientes de la caricatura distorsionante que nos hacemos sobre quien está del otro lado. No es como nuestro tribalismo nos lo pinta. Es alguien que, como yo, siente, anhela, aspira a lo bueno, a lo mejor. ¿Por qué todo lo que viene de la acera de enfrente nos hace encresparnos como gato que se prepara para el pleito, cerrar las entendederas, y guarecernos detrás del no rotundo? Es la falta de confianza en los procesos de búsqueda de acuerdo. Es el torcido prurito de que no hay que aflojar ni un dieciséis. Es el sentimiento atávico de que el desconocido, el otro, siempre me busca el daño. Esta crisis nos ha mostrado que somos iguales en la dimensión de posibles víctimas. Iguales en el afán que tenemos de defendernos del virus. Iguales en la conciencia de que tenemos que contribuir a derrotarlo. Que, en la normalidad, estos aprendizajes nos lleven a la confianza de que es posible ponernos de acuerdo con ganancia para ambos. La palabra diálogo, es vacía, si no reconocemos estos elementos que le dan sustento.

Si nos concentramos en lo esencial obtendremos más logros que si vamos agonizando sobre cada uno de los detalles. Para eso hay que estar convencido de que sobre una mesa mal hecha nos podemos sentar a comer, pero no sobre una discusión interminable sobre cómo debe ser la mesa. Que algo ya, puede ser preferible a algo mejor dentro de cinco años. Ejemplo: ¿No estaría mejor la hacienda pública si hubiéramos aprobado una reforma fiscal no perfecta hace diez años?

Esta cuarentena quedará apuntada entre nuestros logros como nación. Ojalá saquemos un resultado ejemplar que nos convenza de la importancia de la acción conjunta. Si así fuera, se robustecería nuestra confianza en lo que somos capaces de hacer, y podríamos utilizar esa confianza compartida, para intentar otras metas como país.

El Ministro de Salud ha hecho su tarea. Las autoridades económicas también. Pero todos hemos organizado nuestra forma de vivir la cuarentena. Así, de una cierta manera, hemos ejercido o presenciado un liderazgo privado que habrá contribuido a lograr la victoria. Es importante que nos sintamos actores y no espectadores de este esfuerzo. Que nos demos cuenta de que no hemos sido solo seguidores de instrucciones, sino líderes de nuestro propio programa familiar. De esta manera, cuando volvamos a la normalidad, hemos de seguir conscientes de nuestro liderazgo, de nuestra propia capacidad de innovar, para impulsar un cambio de mentalidad que nos abra al empoderamiento individual y a la co-creación. Así se aumentarán las formas y el vigor de nuestra participación ciudadana. Así tendremos una nación más vigorosa, abonada por las penurias de este desafío.

La nación tiene como propósito el bien común, pero el bien común es común en sus frutos y común en su génesis. Es para todos. Hecho por todos.

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