En más de siglo y medio, no hemos tenido como nación, un desafío más señalado, que este que enfrentamos. Estamos viviendo días que quedarán señalados en nuestra historia. Vivámoslos de manera que puedan ser ejemplo para las futuras generaciones y que se conviertan en una evidencia y a la vez en un compromiso, de que como nación podemos ser ejemplo para el mundo.
Lo que hemos de hacer hagámoslo con plena conciencia, con plena entrega.
No a regañadientes. No como tascando el freno. Abracemos la situación. No le pasemos facturas a nadie. ¿Por qué estaremos malhumorados en la cuarentena si mis cercanos no tienen la culpa? ¿Por qué intentaremos eludir la cuota de sacrificio de la post-crisis? Hagamos lo que hay que hacer, para no arriesgar a los demás, para aliviarlos, para hacerles más llevadera su parte. Hagámoslo por amor.
Utilicemos esta crisis para desprendernos, para desapegarnos. Desapeguémonos del confort. Desapeguémonos de las comodidades que con todo derecho nos hemos construido. Cualquiera vive satisfecho en la abundancia. Aprendamos a cultivar el señorío de saber pasarnos sin algo. Ejercitemos la disciplina de enfrentar alegres la privación. Aprendamos a prescindir sin lamentarnos, como el atleta que prescinde de mucho, pensando en la meta que vislumbra, más allá de los días de preparación. Ante la comida, un animal con hambre no puede elegir. Un ser humano sí. En estos días hemos tenido que privarnos de cine, reuniones en restaurantes y bares, visitas a amigos. La privación, bien vivida, nos enseña una lección: lo que parecía imprescindible, no siempre lo es. Nos enseña también que tenemos una capacidad de elegir, la cual, junto con la capacidad de pensar, son los dos rasgos más distintivos del ser humano. La carencia nos disminuye. El elegir prescindir nos hace crecer. Paradoja: al prescindir, perdemos la satisfacción del disfrute (¡Salado Sancho!), pero ganamos la satisfacción superior de darnos cuenta de lo que somos capaces (¡Saludos, don Quijote!)
Aumentemos la dimensión de lo que hacemos ¿Estamos encerrados por la cuarentena o estamos participando en una lucha? ¿Nos estamos aburriendo en este encierro porque es socialmente mal visto andar en la calle? ¿O estamos evitando con nuestro esfuerzo que la pandemia dure más tiempo o sea más letal? ¿Estamos acatando instrucciones o ejercitando nuestra solidaridad? ¿Hacemos esto porque está mandado o lo hacemos por responsabilidad? Pocas veces tenemos la oportunidad de participar en un ejercicio tan señalado como este, de lo que es velar por la nación.
Vivamos al día. Es abrumador pensar en todos los días que durará la cuarentena. Hagámoslo lo mejor posible el día de hoy. Estemos alerta contra el temor, el malestar, la desesperanza. Esos sentimientos no van a cambiar la duración de la crisis, pero sí nos van a drenar energía.
Mantengamos nuestro buen estado emocional. Hagamos ejercicio físico. Enfrentemos proactivamente decisiones y acciones. Durmamos las horas que hay que dormir. Manejemos el temor, como lo maneja el explorador. Sabe que algo siniestro puede ocurrir en el camino, pero tiene mucho interés por recorrerlo, por medirse con el reto. Y esa ansia de exploración opaca el temor. Seamos exploradores en esta crisis. Exploremos nuestro mundo interior, de nuestras relaciones, del mundo exterior y sobre todo de los vislumbres que esta crisis trae consigo.
Por varios días, la casa más grande puede parecer un espacio tan reducido como una estación espacial. Respetemos el espacio y el tiempo de los demás. Si logramos instalar hábitos así de saludables, esta crisis nos habrá dejado una ganancia.
Distingamos la habladera de la comunicación eficaz. Esta implica hablar de temas significativos. Mostrar mi yo profundo. Y tengamos también ratos de silencio. El silencio no es tener la boca cerrada. El silencio es conectar y recargar las baterías del alma.
Hagámonos sensibles a las interrelaciones: hay habitantes que además de esta crisis, enfrentan la falta de agua. Hay amigos y conocidos que enfrentan esta crisis en circunstancias más difíciles que las nuestras. Seamos empáticos con ellos. Hagamos que sientan que estamos presentes.
Así hablaba Churchill a sus compatriotas en 1940, en preparación de la inminente Batalla de Inglaterra: “Por lo tanto, preparémonos a cumplir con nuestros deberes, y sobrellevémoslos de tal manera, que si el Imperio Británico … subsiste por mil años, los hombres dirán entonces: ´Esta fue su mejor hora´”
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