No sé si el presidente metió la pata con el decreto de la UPAD (Unidad Presidencial de Análisis de Datos). Otros no han esperado y quizás le atribuyen malsanas intenciones. ¿Hay algo constructivo, educativo, que podríamos sacar de todo esto? ¿Y qué hay de mejorable?
Me parece muy bien la reacción de opinión que ha habido sobre el asunto. Debemos resguardar el derecho que tenemos de que alguna información personal sea confidencial.
Se puede velar por un derecho con lo que en la moral cristiana se conoce como mansedumbre, esto es, sin ira, sin aspavientos. O se lo puede cuidar con ira, con arrogancia y hasta con alharaca.
Se palpan reacciones pendulares. Si se ha intentado obtener información que está más allá de donde le es permitido al poder ejecutivo, hay que enmendar el decreto, pero no satanizarlo. La pérdida mayor de este incidente, sería que como quien se quemó con leche, no solo siguiéramos soplando la cuajada sino que no quisiéramos ni oír hablar de ella. La información debe ser sustento de las decisiones y las políticas públicas. Si el decreto UPAD pasó los límites, no hay que olvidarse del decreto sino devolverlo a sus límites.
Muchos han corrido a rasgarse las vestiduras ante los presuntos excesos del decreto. Hay varias razones para rasgárselas ante eventos semejantes. Nos las podemos rasgar para que quede claro que estamos vigilantes. O para mostrar cuánto apreciamos nuestros derechos individuales y cuánto respetamos el estado de derecho. O nos las podemos rasgar por fariseísmo. Para que se vea que somos mucho mejores que quienes redactaron el decreto.
Si alguien cometió un error ¿Hay que correr a castigarlo? ¿Hay que correr a pedirle la renuncia? Hay errores que se cometen por ignorancia. Eso se corrige aprendiendo. Otros se cometen por descuido. Eso se corrige movilizando la alerta, o estableciendo dispositivos que mejoren la calidad de las decisiones. Otros se cometen por mala fe, y sus autores, deben ser removidos de sus cargos. Pero el griterío que confunde a unos autores con otros resulta sospechoso, especialmente cuando es indebidamente altisonante.
Al país le hace bien la vigilancia. Le hace mal la resistencia a cualquier intento de cambio o de mejora. Pararnos en la escoba de quien barre, nos perjudica a todos. Le hace bien que cuidemos las sanas normas establecidas. Le hace mal la crispada forma de escudriñar al otro con el ánimo de inhabilitarlo para lo que está haciendo. Nos haría muy bien que los grupos políticos intenten construir imagen, haciendo cosas valiosas y no impidiendo que los otros las hagan. ¿Por qué no nos proponemos utilizar los dones y fortalezas que tenemos como nación, para acuñar algunas normas de convivencia política, que sean ejemplo para el mundo? Esto parece difícil, pero como país hemos hecho cosas difíciles que hoy nos distinguen. No pretendamos seguir navegando políticamente con instrumentos aptos para una realidad que ya no existe. Esto es un gran desafío, en un mundo que a ratos parece que va perdiendo la chaveta.
Otros artículos relacionados