Hagamos patria

La independencia de España nos agarró pobres y despistados. ¿Cómo nos agarra el 198 aniversario, a solo dos del bicentenario?

El mundo se ha tecnologizado. Es vertiginosa la velocidad a la cual se producen aparatos y tecnologías que cambian nuestra manera de vivir. La paz duradera que llegó con el final de la guerra fría, duró poco, pero hoy tenemos más sobresaltos. La singularidad de comportamiento de conductores de países tan señeros como Estados Unidos, Brasil e Inglaterra, no permite mucha tranquilidad. La globalización y el libre comercio, a través de los cuales se difundió mucho bienestar en los últimos años, ahora podrían ser vehículo de una  posible contaminación recesiva. Los efectos del cambio climático ya no son predicciones sino realidades duras. Las redes sociales nos han atiborrado de insumos para los cuales no estábamos preparados.

¿Y aquí,  qué ocurre?  Somos parte del mundo, así que no podemos esperar que los fenómenos globales pasen de lejos.  Y además tenemos fenómenos locales. Veámoslos. Estamos a un año de un gran susto político, producto de la transformación radical de la dinámica electoral, a la cual veníamos acostumbrados desde los cincuentas. Estamos apenas saliendo de la aprobación de unas modificaciones fiscales, producto de la buena conciencia de muchos políticos, sobre el peligro de seguirlas posponiendo. Bien por ellos. Tenemos un gobierno con aciertos y errores, como todos, nominalmente procedente de un partido que en la administración pasada quedó debiendo, con un conjunto de personeros que no han salido de las canteras tradicionales. Unos lo están haciendo muy bien. Otros no sabemos lo que están haciendo. Y enfrentamos unas circunstancias reales que nos han nublado el panorama: hay desocupación, bajo crecimiento económico,  nuevos trámites, un gran endeudamiento de las familias, un ruido desproporcionado sobre los nuevos impuestos, intensa actividad delictiva, crueles problemas de transporte urbano, conciencia de privilegios y desigualdades.

Pero sumado a lo anterior, nos hemos hecho prontos a la ira, a la maledicencia, al rotundismo. Y eso ha contaminado el ejercicio de la opinión pública, a tal grado, que un marciano que descendiera y describiera lo que está ocurriendo, registraría que predominan un tono de lamento y de queja; la falta de esperanza; el deseo subterráneo de que un gran socollón, deje las cosas acomodadas de manera ideal; una falta de valoración de lo que funciona; una gran ignorancia de lo que ha costado y lo que significa para un país su capital institucional; una pérdida de la noción de medida y de proporción (cualquiera te dice sin preguntárselo, en qué se equivocó la Sala Cuarta).    

¿Cuál sería la receta? Primero, realismo.  Hay épocas de bonanza y épocas difíciles. Nadie nos prometió un camino de rosas. Segundo, buen juicio. Sepamos hasta dónde nuestras reacciones agravan los problemas. Un aerolito – físico o político- sin duda cambiará la situación. Pero no lo queramos. Tercero, entendamos cómo funcionan estas cosas: las cosas se deterioran si perdemos la esperanza. Si empezamos a señalar culpables en vez de arrimar el hombro. Si pensamos de manera simplista que esto se arregla con solo  cambiar tal o cual cosa. Cuarto, apacigüémonos unos a otros. No nos echemos carbón. No le andemos dando la razón a los profetas del desastre, solo para no pasar por la dificultad de contradecirlos. Quinto, autoridades gubernamentales, háganse un plan de emergencia 80/20: busquen unas cuantas cosas que cueste 20 hacerlas, pero que produzcan un impacto beneficioso de 80. Y a algunas decisiones de gran significado, échenles un poco más de pensamiento.

Y mañana, cantemos el himno, saludemos a la bandera, pero además, hagamos patria … porque la patria no se hace sola y esto comienza, allá adentro, donde comienza todo lo que vale la pena.

Esta es mi nota correspondiente al lunes 16 de setiembre próximo. La circulo hoy porque quiero dedicarla a la fiesta nacional.


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