La autocomplacencia nos afloja. La literatura está llena de relatos con moraleja, el más conocido de los cuales es el de la cigarra y la hormiga. La exigencia nos desarrolla. En alguna época me entusiasmó la frase de Ortega: en el dolor nos hacemos, en el placer nos gastamos. Pienso ahora que el dolor nos puede aplastar o nos puede servir para construirnos. Todo depende de si de ese limón percibimos solo su acidez o si percibimos la posibilidad de hacer limonada.
Encuentro en Erick Barker (Barking Up The Wrong Tree ) sus reflexiones sobre la importancia de lo que en traducción literal del inglés, sería auto-compasión o disposición a perdonarse. Dice que “Las investigaciones sugieren que tener esta disposición a perdonarse conduce a tener más responsabilidad por los problemas, a la vez que a abrumarse menos por ellos… que porque esas personas con auto-compasión no se auto-flagelan, tienen menos temor al fracaso, lo cual se traduce en menos procrastinación y en mayor perseverancia” (traducción libre)
Compadecer a otro es ser empático con su dolor. Auto-compasión sería salirme del propio fracaso o de la propia falta, para verlos de manera objetiva y considerada. Eso sería muy diferente a sentir lástima de sí. Sentir lástima de sí es minusvalorarse. Es pedir que nos trasladen a otra liga de menor rendimiento. Ver el propio fracaso o a propia falta, de manera objetiva y considerada, es evaluar todas las circunstancias que han hecho posible un resultado desafortunado y no entregarse a la autoflagelación.
Si la llanta en buen estado se pinchó en media carretera no hay culpabilidad del conductor. Si ya le habían advertido que estaba en mal estado, sí la hay. En el primer caso, trátese con consideración. En el segundo caso, censúrese y aprenda. Pero no se agreda a sí mismo ya que la solución del incidente, depende bastante de su energía disponible. Si se agrede y se culpabiliza, eso le dejará menos energía para salir de la situación en la cual se encuentra.
Martin Seligman, un psicólogo norteamericano (La auténtica felicidad) dice que cuando esa voz interna se levanta indebidamente para culpabilizarnos o señalar nuestras debilidades, deberíamos, como un buen abogado defensor, alzar la voz para encontrar las deficiencias y exageraciones de la voz interna, y no esperar simplemente a ser condenados sin defensa.
Cuando miramos hacia atrás y evaluamos un mal resultado o una acción indeseable, la simplificación con la que usualmente evaluamos estas situaciones, podría llevarnos a juicios inexactos. El adulto que mira hacia atrás y se auto-flagela por no haber aprendido una lengua extranjera, o no haber concluido su educación, podría decirse de manera simplista, que no puso suficiente empeño. Eso podría ser cierto. Pero también podría ser cierto que otro conjunto de circunstancias fuera de su control, también fueron causa del mal resultado. Sin embargo, esa solidaridad consigo mismo, para juzgar el pasado, no se debe transformar en auto-complacencia a la hora de acometer el próximo reto. Tal vez una buena regla sería la de exigirse intensamente en cuanto a la próxima acción. Ponerse metas altas. Entrarles con todo. Pero comprenderse solidariamente en cuanto al último fracaso.
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