Creencias y comportamiento

Las creencias gobiernan nuestro comportamiento. Son afirmaciones que damos por ciertas. Si creemos que no se debe comer ciertas frutas por la noche, nunca las comeremos. O si creemos que lo que está pendiente el viernes, mejor comenzarlo con toda gana el lunes, nunca iniciaremos nada los viernes. Esas creencias no están por ahí en un archivo mental a donde vamos a consultarlas. Están más bien como en la sala de máquinas a donde casi nunca bajamos.

Todos queremos que nuestro comportamiento esté conducido robustamente. Conviene entonces examinarlo para determinar cuánto tiene fundamento racional, cuánto tiene fundamento en creencias sensatas y cuánto en creencias insensatas.

Supongamos que alguien cree que para inventar algo hay que ser ingeniero. O que para participar en una media maratón hay que ser un atleta. Si no es ingeniero o nunca ha asistido a un gimnasio, no intentará buscar soluciones o practicar la carrera. Se estará limitando a sí mismo, con base en una creencia insensata.

Alguien puede creer que el poder es para usarlo. La creencia tiene sentido: alcanzar un puesto es parte del desafío, pero la otra parte más importante es ejercerlo con éxito. Entonces, la creencia a secas deja sombras que si no las iluminamos, conducirán a comportamientos perjudiciales. Iluminamos la creencia cuando la analizamos y examinamos las consecuencias de sus elementos componentes. Por ejemplo: ¿Conllevan los puestos la responsabilidad de producir resultados? ¿Deben esos resultados procurar el bien común? ¿Basta con lograr el bien personal? ¿El uso del poder tiene un límite? ¿Se tiene conciencia de lo que es la arbitrariedad? ¿Se puede ejercer el poder con la única guía del beneficio a corto plazo o hay que procurar la sostenibilidad? Si no nos hacemos esas preguntas, el uso que hagamos del poder será menos óptimo que si nos las respondemos adecuadamente.

Cuando hacemos matemática o ciencias, no podemos ir dejando áreas en la sombra. Igual cuando queremos que nuestro comportamiento sea robusto, deberíamos hacer este esfuerzo de reflexión, de análisis, de aclaración, de enriquecimiento de lo que creemos y de examen de sus consecuencias, porque creer algo, siempre tiene consecuencias. En eso consiste el proceso de crecimiento personal.

El método está claro. El tiempo para hacerlo es difícil encontrarlo. Pero lo más difícil es considerar que esto es un asunto de importancia. Drucker, en un libro cuyo título se puede traducir por “La gestión de sí mismo” recomienda ese esfuerzo permanente por aprender de sí mismo, de la propia experiencia. Y eso es atendible porque él no fue un autor de auto-ayuda, sino alguien cuyo interés primordial fue la eficacia.

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