Obstáculos al cultivo de la excelencia

A menos que algo ande muy torcido dentro de nosotros, la excelencia como actitud de mejoramiento permanente, resulta atractiva. ¿Por qué entonces cuesta tanto matricularse con cuerpo y alma en un proceso individual o grupal de excelencia?

Podemos dejar pasar de lejos la invitación a cultivar la excelencia. Podemos decirnos: esto no es para mí. No tengo los requisitos. Estoy muy ocupado en otras cosas. Con costos voy sobreviviendo. Esto es para personas especiales. Todas razones falsas, porque no se trata de ser perfecto, sino de mejorar un infinitésimo hoy a partir de donde nos encontramos, y mañana también.

La búsqueda de la excelencia implica paciencia. Si despreciamos los pequeños pasos de cada día nos estaremos negando la necesaria motivación para seguir adelante. El tiempo pasa, tanto si lo ocupamos bien como si no. No llegamos a los cincuenta años en cincuenta saltos de un año, sino en 1.752.000 saltos de un cuarto de hora cada uno. Y lo mido en cuartos de hora, porque los segundos y los minutos, son unidades demasiado pequeñas, pero en un cuarto de hora cabe muchísima acción. Creo que nos jugamos la vida de cuarto en cuarto de hora.

El cortoplacismo nos extravía. Es cierto que para sobrevivir, tenemos que tener los ojos muy abiertos al ahora, al corto plazo. Es en el ahora que ocurren los accidentes y que tenemos que procurarnos la próxima comida. Pero, como dice Drucker, tenemos que darle sentido futuro a la acción presente. Ver el edificio que podemos llegar a construir con el ladrillo que pegamos hoy.

La invitación a la excelencia puede tropezar con nuestra arrogancia. Si cuando nos sentimos invitados a mejorar nos respondemos que ya lo estamos haciendo de manera excelente, declinaremos la invitación. Es saludable conocer y apreciar lo que hacemos bien, pero de vez en cuando deberíamos tener un baño de realidad consistente en darnos cuenta de cuánto mejor lo podríamos hacer. Receta para mejengueros con alta valoración de su forma de jugar: vean videos sobre cómo jugaba Pelé.

El perfeccionismo es otro obstáculo. Es como querer hacer una construcción sin usar andamios. Aspiramos a la perfección pero la queremos ya. No queremos ir subiendo, sino encaramarnos de un golpe.

La superficialidad también obstaculiza.  Eso de la excelencia compite con el pura vida y como disfrutamos tanto el pura vida, las invitaciones a la excelencia suenan a domingo siete. Que nadie haga olas porque la vida es para disfrutarla. El disfrute, el placer están muy bien. Tienen una función en la forma como vivimos. El hedonismo es otra cosa. Es considerar que lo más valioso es el placer. Y entonces todo ese esfuerzo por la excelencia solo causa trabajo y dificultades, y ya puede esperar a que no tengamos distracciones tan placenteras esperando por ahí.

También nos obstaculizan, la seducción del promedio:  como nos sentimos promedio o arribita del promedio, ¿Para qué intentar mejorar?  O la fantasía de que es mucha la energía requerida por el esfuerzo de excelencia. O cuando no encontramos respuesta para la pregunta sobre qué vamos a ganar con ser excelentes, la cual llevada al campo laboral se podría convertir en por qué ser excelente en la empresa si no me lo van a pagar.  O el fatalismo:   Lo que  va a ser, será, con mi esfuerzo o sin él.

El compromiso con la excelencia es un rasgo interno de la persona. No se le ve superficialmente, como sí se le ve el traje o las posesiones. Cuando la autoimagen se nutre de cómo nos valoran en lo no esencial, podemos perder el rumbo y dejar de aspirar a  que nos valoren por lo esencial. O peor, como nunca nos hemos preocupado por la imagen que tenemos de nosotros mismos, cómo vamos a valorar la posibilidad de llegar a ser mejores de cómo somos.

Si todo esto sonó a sermón espiritual, visite una empresa  que aspire a ser de clase mundial y pregunte por la transformación que ha experimentado desde que adoptó esa aspiración.

Para ver el artículo “Un cuarto de hora”, publicado en octubre de 2008, ingrese aquí: 

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