Cultivar la esperanza

Si un alienígena cayera hoy por aquí, nos encontraría de un talante especial. La entrada del verano, la inminencia del aguinaldo, la cercanía de las vacaciones de fin de año, el final del año escolar, confluyen con una vibración cultural para unos, religiosa para otros, que es la conmemoración del nacimiento de Jesús, origen del cristianismo, eslabón con el judaísmo, que son el sustrato de nuestra posición judeo-cristiana, la cual ha caracterizado a Occidente y a grandes sectores del mundo. Podríamos decir que el nacimiento de Jesús es el punto de partida de los rasgos conscientes o inconscientes de nuestra forma de convivir.  Es, como el big bang cultural de Occidente.

Siempre hemos sentido en estas épocas, optimismo, alegría, disposición a la jovialidad y a la solidaridad, sensación de expectativas agradables. Es tiempo de esperanza.

La esperanza es una virtud, es un hábito. Repitiendo actos de esperanza, se forma el hábito. El futuro es incierto. No tenemos nada seguro. Pero tampoco tenemos seguras las expectativas lúgubres con las cuales lo miramos, cuando nos falta la esperanza. Cultivar la esperanza es no sesgarnos hacia arriba en la estimación probabilística de lo desagradable. Ni hacia abajo en la de lo grato.

Y tal vez, en esas conexiones que se descifrarán en el futuro, el cultivo de la esperanza corre parejo con el cultivo del amor. Los actos de amor, practicados hasta que se conviertan en hábito, nos predisponen a la esperanza. ¿Cómo no tener esperanza en un mundo en el cual estamos contribuyendo con amor, a que otros estén un poco mejor? ¿Cómo no tener esperanza en un mundo donde se cultive la sencillez y el desapego, otras de las virtudes cristianas?

A nadie se le pide que de la vida por su vecino. Bastaría con que lo saludáramos y nos interesáramos en cómo está. A nadie se le pide que se convierta en un monje mendicante, pero sí que cuestionemos el paradigma de que no podríamos vivir sin las comodidades que tenemos. A nadie se le pide entregar sus riquezas, pero sí liberarnos de la ansiedad que nos produce su acumulación y conservación.  A nadie se le pide vivir como los pobres de Yavé, pero si cultivamos la esperanza, ella dará frutos ciento por uno.


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