La Comisión de Arbitraje ha decidido que a los jugadores que hagan la señal de requerir el VAR o “árbitro videoasistente” serán sancionados. El VAR suplementa la percepción del árbitro y en el reciente mundial dio pie a que se rectificaran muchas decisiones.
Imaginemos que se sanciona a quienes buscan sustitutos para los partidos políticos, en vista de su obsolescencia por razones culturales y tecnológicas. O que se sancione a quien llegue a un banco y pregunte si puede pagar su abono con moneda electrónica. O a alguien que pregunte en el hospital si se le podrá fabricar un hígado para un trasplante futuro.
Alguien llama al ICE y pregunta si es posible revisar desde su teléfono el dato de la producción obtenida en el turno de la noche en su pequeña empresa. ¿Debería sentir el ICE que se están mofando de que no haya entrado a plenitud en la Internet de las cosas? O un pequeño agricultor que se ha enterado de cuánto hizo Costa Rica en los últimos dos años por hacer avanzar el comercio electrónico en el mundo, pregunta a un Ministerio dónde cómo puede anunciar en la Red que en el próximo mes tendrá una abundante cosecha de repollos. ¿Tiene razón el ministerio si se lo toma a ofensa?
Y si un estudiante pregunta a su profesor por qué mantiene los asientos ordenados en fila; por qué da la lección como un predicador da el sermón; por qué no pide que los estudiantes apliquen lo que aprenden en situaciones reales; o por qué los exámenes son solo pruebas de memoria ¿Ofende al profesor? ¿Ofende a la pizzería quien pregunta si se la pueden enviar a casa mediante un dron?
El cambio está ahí. Cuanto más lo conozcamos, cuanto más pugnemos por él, más pronto se convertirá en factor de mejoramiento. La represión del VAR, de las plataformas inteligentes de oferta de taxis o de alojamiento, o la inclinación de las instituciones de pedir al ciudadano datos que ellas tienen, solo son una muestra de cómo se resiste el pasado a desaparecer.