La situación impulsa

Escucho mucho en las empresas dos palabras muy llenas de energía: retos y oportunidades.  Prefiero que una persona hable de retos, más que de problemas. Y de oportunidades más que de obstáculos o dificultades. ¿Pero de veras nos gustan los retos?  ¿No es mejor la calma, la navegación en aguas mansas? Creo que es un asunto de ying y yang. De polaridades que confluyen. De opuestos que se enriquecen.

El reto produce estrés. Pero sin estrés carecemos de arrancador. El stress es necesario. Hay estrés estímulo y estrés apabullante. El reto difícil pero compatible con nuestras capacidades, produce estrés estímulo.   Eso es cierto para el ejecutivo, para el futbolista, para el estudiante.

La situación problemática, el reto, la oportunidad, perturban nuestro confort. Y el confort es un estado disfrutable, placentero. De ahí que la primera reacción instintiva ante esa perturbación sea la resistencia al cambio, la consideración de la situación que irrumpe como si fuera algo indeseable. Pero sin nuestra adecuada comparecencia ante los retos, dejaríamos de desarrollarnos. Mantendríamos nuestra capacidad productiva en el mismo nivel. Seríamos como ladrillos que son hoy lo mismo que serán en diez años.

Miremos nuestra capacidad de acción en tres momentos diferentes. Primero, cuando el reto recién aparece, tendemos a subestimar nuestras capacidades. Cuando lo estamos enfrentando, vamos presenciando la emergencia de capacidades y talentos que recién no reconocíamos. Y cuando ya lo hemos superado miramos ufanos cómo tenemos más capacidad de lidiar con situaciones que las que usualmente reconocemos.  Así es como aumentamos nuestra capacidad productiva.

Los ejecutivos saben muy bien que al contratárselos, los están colocando en una trinchera. A nadie lo contratan para que no haga nada. Se los contrata para que atiendan retos. Cuánto podrían aprender los estudiantes de sus padres ejecutivos, si lograran conversar constructivamente sobre esto. Sabrían entonces que las dificultades no son el producto del sadismo de sus maestros, sino la naturaleza misma del proceso educativo, que si no ofrece retos, deja pocos frutos. El marinero no pide una tormenta, pero sabe que es mejor marinero cuando ha pasado por ella.


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